Abril
de 2020. Un mes de confinamiento. Qué lejano queda todo lo que creíamos normal
y asentado. ¡Solo teníamos un castillo de naipes! Para algunos —a los que nos
iba razonablemente bien, en países con cierta protección social—, qué deseable
resulta (ahora que la hemos perdido) volver a esa normalidad que nos favorecía
y que vamos idealizando conforme pasan los días de encierro. Y mientras
esperamos confinados, ansiamos que el virus se canse o sea derrotado a fuer de trabajo
y solidaridad, y, sobre todo, deseamos que sea derrotado a pesar de las
zancadillas que ponen los que no tienen la dirección política, pero la ansían a
cualquier precio.
Sin
embargo, ¿qué dirán los que viven a nuestro lado y sufrían una normalidad
indeseable? Es decir, los que viven al día y con futuro incierto; los parados o
con trabajos precarios y sin planes de futuro, porque no se puede pensar en el
futuro con una mierda de trabajo, sin casa y sin estabilidad económica. ¿Qué
querrán para después de la pandemia los trabajadores que siguen siendo pobres aunque
trabajen toda la jornada? Los pobres de solemnidad que viven en la calle, los
millones de personas que malviven en países pobres y sin cobertura del Estado;
los que huyen de la miseria y la muerte, y quedan atrapados entre las
alambradas y los gases lacrimógenos. ¿Qué normalidad desean todos ellos para
después de la pandemia? ¿Quieren la misma normalidad que sufrían o querrán
el confortable espejismo que teníamos unos pocos? ¿O querrán una situación más
justa y solidaria, con una riqueza nacional al servicio del conjunto de la
sociedad o, mirando más ampliamente, con una riqueza global al servicio del
conjunto de la humanidad en lugar de seguir apalancadas las riquezas en manos del
infame 1% y/o en paraísos fiscales?
¡Qué
risa doy, por dios, planteando tonterías!
Me
parece que no volveremos a ninguna normalidad previa. Ya lo dejó bien explicado
Naomí Klein: las crisis provocan un colapso civilizatorio, y el colapso se
aprovecha para enriquecer a los que ya eran inmensamente ricos. Lo que teníamos
algunos —riqueza, estatus, bienestar— se ha volatilizado. Se nos habrán muerto miles
y miles de personas por culpa de un virus que apenas son dos moléculas de 400
nanómetros de diámetro. La civilización de los hombres está quedando en jaque por
una cosa pequeña que se reproduce en la garganta de cualquier ser humano a una
velocidad endiablada. Las crisis históricas de la humanidad —ya sean económicas,
bélicas, sociales, naturales, climáticas, sanitarias o de cualquier tipo— jamás
han conducido a la situación previa a ellas, propician siempre otros valores entre
los que sobreviven a los vaivenes. Provocan un tiempo nuevo en el que siempre
hay vencedores y vencidos exterminados… lo distinto de esta pandemia vírica es
que va contra el homo sapiens en toda su amplitud. El bicho es
planetario, no entiende de fronteras ni de grupos nacionales o étnicos, ni
distingue entre poderosos y sometidos. Tales cosas son inventos culturales que
no altera la química y la física de las moléculas.
¿Qué
valores emanarán después? Puede que el vuelco social y geopolítico lleve a desorden
y caos, y a soluciones autoritarias (ya hemos experimentado tal catarsis
histórica). Pero, por encima de eso, ojalá sirva la pandemia —como desea Eudald
Carbonell— para que surja la conciencia global de pertenecer a una misma especie…
porque si no es así, nos irá muy mal. Y para que eso funcione, es decir, para
que nos sintamos miembros de una misma especie y la cuidemos, sobran dirigentes
obtusos como Trump, Xi Jinping y decenas de tipos como estos, que anteponen —como han hecho todos
hasta ahora— su tribu a las
demás tribus.
Creo que necesitamos forjar y difundir una conciencia colectiva basada en la
existencia de enemigos comunes a la especie: el coronavirus y la precaria
habitabilidad del planeta… Y creo que sobran los pensamientos que consideran
esta crisis —y cualquier otra— como una oportunidad de alcanzar el poder y
usarlo para reordenar la sociedad según su criterio (¡como si no estuviéramos hasta
las narices de fascismos!); pensamientos que ven en la pandemia una oportunidad
para rehacer negocios y alcanzar beneficios económicos privados… una
oportunidad para seguir por donde íbamos, es decir: corriendo hacia el
precipicio (¡maricón el ultimo!), pero con gente doblegada por el miedo.
Yo
también quiero creer que es imposible fundar una civilización sobre el
miedo, el odio y la crueldad. No perduraría. Nos lo dijo George Orwell.
Son
malos tiempos para el pueblo que trabaja, el pueblo que se levanta todos los
días para buscar el sustento diario. La gente normal siempre pierde. Los vencedores
siempre son las élites dirigentes, los que detentan, por designio propio o divino,
las riendas de la sociedad… los que se nutren del trabajo de otros: los indeseables.
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