Ha muerto Miguel.
Seguramente era su turno. Alcanzar noventa y tres años tiene eso, que te
acercan a lo inexorable. Y cuando ellos mueren nos vamos quedando sin testigos
directos de la vida que nos precedió. Era Miguel un tío larguirucho que me
llamaba tocayo cuando nos encontrábamos… y me encantaba que me lo dijera.
Además sonreía con facilidad y eso, sonreír con facilidad, tiene un valor incalculable.
Le conocí en el
cementerio de San Fernando. Iba casi todos los días a visitar el nicho de su
esposa… y se le alegraba la cara cuando saludaba a los arqueólogos que por allí
andaban, hurgando la tierra. Esos jóvenes buscaban a los muertos de su niñez,
aquellos que el Régimen de Franco mató de mala manera… porque la niñez, la
juventud y la madurez de Miguel estuvieron rodeadas de Caudillos por la Gracia
de Dios, de Imperios que caminaban hacía Dios en prietas filas y de Españas,
Grandes y Libres.
Miguel se lo
decía a esos jóvenes manchados de barro: los
muertos están más allá… y allá estaban. Tenía parte de razón. Él había
visto esas fosas abiertas cuando se quedó sin maestro. Hacía de esto justamente
ochenta años. Yo le había preguntado qué recordaba de esos tiempos y me dijo
que un día, su maestro —don José Lucas se llamaba— no fue a la escuela y no
volvió nunca… y yo siempre me he preguntado
por qué dejó de ir a la escuela, dijo.
No me habló de la guerra entre hermanos, de los miedos y susurros de sus padres,
ni de penurias, de hambre, de lutos, de piojos y de tifus. Nada de eso me
contó. Me dijo, sorprendido aún, abriendo los brazos y dejándolos caer, que su
maestro, no volvió a la escuela.
El recuerdo de Miguel
me conmovió y me sorprendió. ¿Qué tenía de especial ese maestro republicano? Hubo
tantas madres y viudas con el duelo sin cerrar… que lo de Miguel con su maestro
resultaba lo mismo: necesitaba un final, una conclusión. ¿Por qué se fue mi
maestro? ¿Por qué no avisó? ¿Por qué nos dejó solos? Desde entonces, buscar
datos sobre don José Lucas Velázquez se convirtió para servidor en una prioridad.
Parte de lo que fui encontrando en archivos se lo conté a Miguel, le dije que
había sido concejal del ayuntamiento de San Fernando, que era masón, que lo
fusilaron un 28 de agosto de 1936 cuando sólo tenía 28 años; que sus huesos debían
estar ahí abajo, a pocos metros de donde estábamos hablando y que dejó un hijo
póstumo llamado José Lucas Luque. Y que por eso no volvió a la escuela, porque
lo mataron unos criminales que iban a misa de doce todos los domingos y fiestas
de guardar.
Hoy sé más cosas
del maestro de Miguel, pero ya es tarde. Sé que por mucho que musite las
historias a las cenizas de Miguel, no las oirá. Le podría haber contado que su
maestro fue uno de los responsables (entre otros, pero tal vez el más decisivo)
de impulsar en San Fernando las políticas educativas de la II República. Que
desarrolló un programa exhaustivo para sustituir la enseñanza religiosa por una
educación laica, alejada de los mundos mágicos que mantenían las mentes infantiles
ocluidas y sometidas a la sinrazón. La que imaginaba Lucas era una escuela que educaría
—de una puñetera vez en la historia de España— para conseguir ciudadanos libres
y preparados para escapar del histórico círculo vicioso: hombres incultos,
inhumanamente pobres, criminalmente sometidos a las clases dominantes, y
condenados a tener hijos como ellos, pobres, incultos y sumisos a los señoritos
de siempre. La escuela que preparaba José Lucas en San Fernando, rompería ese bucle
criminal para ofrecer una oportunidad histórica al pueblo oprimido.
Entendía el concejal, amparado por las leyes de la República, que para
poder ofrecer en San Fernando una enseñanza laica y liberadora, procedía la
incautación por el Estado de los siguientes centros religiosos de la ciudad.
Luego los convertirían en centros educativos y escuelas públicas:
- Iglesia Vaticana de San Francisco.
- Colegio San Juan Bautista de la Salle.
- Hermanas Carmelitas.
- Reverendas Madres Monjas de la Enseñanza.
- Capilla del barrio de la casería de Ossio.
- Capilla Evangélica.
- Convento de Capuchinas.
Aún no conocemos cómo lo hizo, pero el concejal Lucas esquivó a sus captores
hasta el 10 de agosto. Ese día fue apresado por falangistas… pero no lo
encerraron en el Penal de Cuatro Torres, con el resto de sus compañeros. Debió
recibir tal paliza que, para que no se les muriera antes de tiempo, lo ingresaron
directamente en el Hospital de San Carlos. Dos semanas después lo asesinaron
junto a la tapia del cementerio…
…las personas de orden eran
así. La osadía de convertir iglesias en escuelas públicas para niños pobres debía ser castigada con ejemplaridad, y lo hicieron. No se perdonaron esas cosas en
la vieja Isla de León. El orden es el orden, y si es un orden divino…
Han tenido que pasar 82 años para que el alumno y su maestro se
reencuentren. Hoy día, las cenizas de uno y los huesos del otro reposan a
escasos cinco metros. Hemos cerrado un círculo interrumpido. Y lamento muchísimo
no haber podido contar a Miguel la verdadera dimensión de su maestro… y la de
sus asesinos.
2 comentarios:
Una historia muy emotiva Milano.
Miguel era muy entrañable y alegre, se le echa de menos por el cementerio. Pero nos quedamos con sus palabras y sus recuerdos.
D.E.P.
Fermín.
Muy cierto, Fermín. Que la tierra le sea leve.
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