Este artículo se publicó el 1 de noviembre de 2015 en el periódico digital El Castillo de San Fernando
«Hay en San Fernando, a orillas de la
Bahía de Cádiz, muy cerca de la llamada Casería de Osio, un cementerio olvidado
pero repleto de historias y de algún héroe anónimo»
Parecía la cabeza de un fémur humano pulido por el mar. Había perdido la
superficie ósea y se apreciaba la filigrana esponjosa del interior. Lo encontré
en la orilla de la bahía, detrás del Cementerio de los Soldados (…de San
Carlos, de los franceses o de la Casería, que de tantas formas se nombra) Lo
más probable es que perteneciera a un soldado o marinero español fallecido en
el Hospital de San Carlos durante el siglo XIX. Es lo más probable.
Hay más de cinco mil setecientos muertos enterrados en
ese camposanto de la Isla (5.782 exactamente) Fue un cementerio católico, y hoy
apenas es un solar abandonado y rodeado parcialmente de muros ruinosos. No
tiene cruces, es un camposanto sin lápidas y sin epitafios. Nadie lo visita
cada primero de noviembre. Nadie limpia los nichos… porque los nichos se
derrumbaron hace lustros. Nadie lleva flores ni llora a sus muertos, porque
nadie recuerda a los difuntos que allí reposan. Los restos de todos ellos forman
parte de una tierra que nutre la matalahúva que crece salvaje en el solar. No
tiene puertas el Cementerio de los Soldados, y el calor lo abrasa, y los
vientos lo barren, y la lluvia lo empapa…
No sabemos quién tuvo el dudoso honor de
inaugurarlo. Podríamos suponer que fuera el primer prisionero francés que
falleció el 20 de febrero de 1809 en el recién abierto Hospital de San Carlos
(centro sanitario provisional que se habilitó expresamente para atender a los
prisioneros franceses, y evitar así un desastre humanitario en las poblaciones
de la Bahía de Cádiz) Este anónimo primer inquilino del cementerio pudo ser un
marinero rendido con la escuadra del vicealmirante Rosily o algún soldado del
general Dupont derrotado en Bailén. No lo sabemos. Lo que sí aseguramos es que
fue uno de tantos franceses que padecieron el penoso encierro en los
pontones-prisión anclados en mitad de la bahía gaditana.
Los dos primeros enterrados en el Cementerio de los
Soldados, de los que tenemos conocimiento, murieron el primero de agosto de
1809 en el Hospital de San Carlos. Ambos, el sargento Jean Pinot, preso en el
Cuartel de San Carlos, y el soldado Jean Brull, prisionero en el pontón
Terrible, fueron atendidos de sus enfermedades en dicho hospital —condición
indispensable para ser enterrado en su cementerio asociado—. Un total de trescientos
trece franceses se inhumaron en él entre agosto de 1809 y febrero de 1810… y
nada los recuerda. Ni una cruz, ni una lápida, ni un hito. Nada.
Y cuando en febrero de 1810, el mariscal Víctor puso
sitio a las islas gaditanas, todos los prisioneros franceses, sanos o enfermos,
fueron devueltos a los pontones. El Hospital de San Carlos se desalojó y se
preparó para atender a los heridos españoles. Pero curiosamente, el primer muerto
registrado no es un soldado, sino la hija de un empleado del hospital: Matea
Callejas. Natural de Robledillo, huérfana
de padre e hija de Manuela Cubillo, que se había casado en segundas nupcias con
José Hernández Thomé, comisario de sala de dicho hospital. Matea falleció el
siete de abril de 1810.
Y después de Matea el Cementerio de los Soldados
acogió, entre 1810 y 1911, a 5.468 españoles fallecidos. Y entre ellos a los
más de novecientos muertos en la defensa de La Isla de León durante el asedio
francés de 1810 a 1812. Estos, y muchos más, defendieron la independencia del
reino «…cuando España era una isla». Todos ellos cayeron mientras a sus
espaldas se gestaba la primera constitución de nuestra historia. Y nada los
recuerda en la vieja Isla de León. Ni siquiera un pequeño hito en el cementerio
que los acogió rememora su sacrificio. Nada.
Reposan en la tierra del cementerio una veintena de
franceses pertenecientes a los Cien Mil Hijos de San Luis; cinco hermanas de la
Caridad; tres ahorcados y descuartizados; mujeres, niños, y también reposa Alberto
Diz, un pobre mozo que trabajaba en la botica del hospital, y que cayó al pozo
de la cocina el uno de enero de 1857. Mal empezó el año para el pobre Alberto.
Y hay enterrado un pobre chaval de catorce años, aprendiz de carpintero, que se
cayó de las gradas del arsenal mientras trabajaba en la reparación de la
fragata Princesa de Asturias. Así mismo están inhumados en nuestro cementerio más
de quinientas víctimas de la epidemia de fiebre amarilla de 1819; y más de setecientos
prisioneros carlistas que murieron de enfermedad entre 1837 y 1841. ¿Qué hacían
esos prisioneros carlistas en la Isla de León? Sí, hay muchos muertos y muchas
historias enterradas en el Cementerio de San Carlos… y nada los recuerda.
El último enterramiento del que tenemos constancia documental
ocurrió el seis de septiembre de 1911. Ese día el capellán del Hospital de San
Carlos, don Daniel Burgos, mandó «dar sepultura eclesiástica en el cementerio
del establecimiento al cadáver de Manuel Teiro Muiños», un gallego de Sada que
fue marinero de la dotación del Carlos V. El pobre había muerto el día anterior
de fiebres tifoideas. Tenía veinte años y era soltero.
Y ojalá el pobre galleguiño fuera el último
enterrado en el viejo cementerio. Ojalá, porque si los muros hablaran conoceríamos
la áspera voz de los fusilamientos, y tal vez pudiéramos poner nombre a los
republicanos muertos, víctimas de una represión criminal que permanece impune. Hombres
asesinados sin juicio y echados tal vez al osario común. Nunca sabremos con
seguridad quienes fueron los últimos enterrados en este viejo cementerio… y
nada los recuerda. Nada.
Este camposanto es un valioso patrimonio histórico y
cultural de San Fernando. Está declarado Bien de Interés Cultural y Lugar de
Memoria Histórica por la Junta de Andalucía, pero su ruina es un homenaje a la
desidia general y un reto a la imaginación reconstructiva. Es un camposanto sin
cruces, sin lápidas y sin epitafios. Más de treinta y una toneladas de huesos
humanos reposan en ese solar, pero no hay nada, ni el menor hito, que los recuerde.
Y todos esos muertos merecen respeto y nuestra memoria. ¿Seremos capaces de
hacer lo necesario?
5 comentarios:
Muy interesante. Es una pena que se haya perdido la memoria de lo que ha pasado en este lugar, hace apenas dos siglos y con lo que tuvieron que sufrir aquellas personas. Habría que hacer algo, por lo menos difundirlo.
Eso intentamos, Adela, difundir el patrimonio histórico y el conocimiento. Tarde o temprano publicaremos las circunstancias de este cementerio y los nombres de todos los enterrados. Un cordial saludo.
Algún día se darán cuenta los políticos...
Saludos
No existe el plano de ese enclave? yo he visto trozos de lapidas enterradas entre la arena y la sepina de la playa.
Una pena siempre me atrajo ese sitio
Se resiste ese plano, Ziloilt. Se resiste... Oye, me interesa mucho eso que cuentas. ¿Recuerdas más o menos en qué fecha viste esa lápida... y otros detalles?
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