Publicado el 8 de noviembre de 2015 en el periódico
digital El Castillo de San Fernando
Nos han impuesto un corsé intelectual que condiciona
nuestro entendimiento. Lo hace la familia, la sociedad, la religión… Es un
filtro de estampas, de poses y de ejemplos que determinan cuales van a ser
nuestros valores y nuestra ideología. Simplemente tiene que ser así. Es
inevitable transmitir a los hijos nuestros propios convencimientos y, sin
quererlo, también nuestra frustraciones…
Pero, frente a esta impronta que condiciona nuestra
visión del mundo, deberíamos, llegado el momento, aplicar el conocimiento
adquirido en la vida y, si nuestra educación ha sido correcta, aplicar inteligencia
crítica sobre las convicciones iniciales. Si no hacemos esto, viviremos siempre
en una sociedad estancada, sin evolución y esencialmente gris.
Aplicar la revisión crítica a cualquier convicción
social es el mejor seguro para progresar como sociedad…
…hoy he visto que en mi ciudad se ensalza la
crueldad como algo normal, valioso y estético. Por primera vez en mi vida,
harto de ver el mismo conjunto escultórico cientos de veces, he sido consciente
del penoso espectáculo que ofrece. La revisión crítica personal ha podido
finalmente sobre el poso cultural que nos condiciona: si me enseñaron que el
torero matando a un toro es arte, hoy lo percibo como un crimen.
Pero esto es sólo un ejemplo pequeño. Hay miles de asuntos
que aceptamos como valores indiscutibles…
Estamos hartos de ver y oír en las series y películas norteamericanas
que los patriotas tienen que «tomar
decisiones», sin importar cuales sean, para defender el modo de vida
americano, es decir, para que el imbécil de turno pueda seguir comiendo
hamburguesas y despilfarrando recursos insustituibles en su Arkansas natal… Ayer mismo vi a Meryl
Streep, metida en el papel de madre de candidato a la presidencia de ese Gran
País, decir que su padre (que debía ser otro patriota) «no iba preguntando por ahí qué estaba bien y qué estaba mal,
simplemente tomaba decisiones…»
Y ese concepto indecente que consiste en aceptar que
en política no puede haber ética («si
eres paloma te comen los halcones»), se ha convertido en una verdad indiscutible
en casi todos los aspectos de la vida… Pero no hay que irse lejos, lo tenemos
aquí…
El espía español del CNI tiene una sonrisa
encantadora. Es un hombre que cae bien al instante. Cautiva desde que abre la
boca y desgrana un discurso sosegado y apacible, plagado de sonrisas…
«El 15 de abril de 1986, las
fuerzas armadas norteamericanas desarrollan una operación denominada El Dorado
Canyon. Bombardean Libia, varias ciudades y bases. Y yo estaba allí»
Así comenzó una charla encaminada a desfacer
entuertos y malos entendidos sobre la inteligencia
española. Dejó clara tres cosas: que es indispensable tener una inteligencia en el mundo real; que en
este negocio no hay amigos o enemigos, sólo hay intereses puntuales y
cambiantes; y que hay que ser un «idealista»
y un «patriota» para dedicarse a
esto. Ese idealismo y ese patriotismo es precisamente lo que deberíamos revisar
críticamente.
Lo presentaron como un hombre íntegro, desprendido,
dado a ayudar a cualquiera, miembro de varias asociaciones cristianas, etc. Lo
que dijeron de él y lo que se vislumbró mientras hablaba diseñaban a un señor
ciertamente singular. Estoy sinceramente convencido de ello. Personalmente me
cautivó este hombre.
…pero no dijo qué hacía en Libia el 15 de marzo de
1986, mientras la aviación de Estados Unidos lanzaba bombas de dos toneladas buscando
matar a Gadafi. No le importó a Reagan si en el intento murieron civiles y una
hija adoptiva de coronel. El ex actor tampoco se preguntó si estaba bien o mal,
los patriotas no andan perdiendo el tiempo haciéndose preguntas, para eso están
los filósofos y los moralistas, simplemente tomó una decisión… exactamente
igual que hizo Gadafi cuando ordenó poner bombas a diestra y siniestra. Lo
mismo hacen los israelíes cuando pulverizan un edificio de cinco plantas en
Gaza si detectan que dentro puede estar algún líder de Hamás… y si hay vecinos,
no es su problema. Y como estos adalides de la libertad y decencia, tenemos
miles de idealistas patriotas islamistas dormidos y
esperando la orden de inmolarse porque dicen que Alá es grande…
No, nuestro espía no dijo qué hacía en Libia porque
no puede ni debe decirlo. Tal vez porque inherentemente todas estas tareas sean
un secreto inconfesable.
¿Qué ética justifica el comportamiento de nuestros
espías y de nuestros políticos? El espía español no habló de la moral que
justifica un asesinato preventivo, habló de intereses, de asuntos radicalmente pegados
al suelo, sin ensoñaciones idealistas de buenos y malos… No se puede ser
ingenuo en este mundo, y el que lo haga se extingue en un cuarto de hora porque
una paloma no sobrevive a un enjambre de halcones. Hace poco escuché a un
militar español —también relacionado con cuestiones de inteligencia— decir
abiertamente que para ser alguien en política internacional hay que poner
muertos españoles encima de la mesa… ¿cómo creemos que tenemos un puesto en el
Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas? Pues con soldados españoles
muertos en Líbano, Afganistán, Irak… así se consigue estar donde se deciden las
cosas, en las mesas donde se reparte el pastel del mundo y donde el imperio
reparte los premios a la lealtad. Y así, con soldados españoles muertos es como
se construyen trenes españoles en Arabia Saudí, o centrales solares en
no-se-dónde… con soldados que mueren pensando que lo hacen por su patria, con
familias que lloran suponiéndoles héroes que defienden causas nobles. Pero no
hay nobleza en presentar muertos para quedarse con un negocio en un país de
sátrapas. Hay algo que huele a podrido en todo esto. No hay moral… y no me
refiero a una ética basada en principios religiosos, me refiero a un
comportamiento amparado por unos derechos humanos mínimos y aceptables por
todos… que se oponga a la ley del más fuerte.
Como especie deberíamos superar este darwinismo
social y despertar a un comportamiento cooperativo, o no tendremos arreglo.
1 comentario:
Excelente artículo...
Saludos
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