La señora protesta por el café. Lo hace con
impertinencia y con el ceño fruncido. Me parece que si alguien le hubiera dicho
en su juventud que se ponía así de fea, ahora sería otra cosa. Parece ser que el
café estaba demasiado oscuro para su gusto. Ha refunfuñado un ratito contra la
camarera mientras buscaba la complicidad de la señora de la mesa
contigua. Al final ambas descubren que van al mismo médico y se sienten más
cercanas y solidarias porque comparten algo vital en estas edades. Pero se
quejan de que nunca las recibe a la hora de la cita, ¡Vaya por Dios! Luego,
entre las dos, han arreglado las cosas de la sanidad pública andaluza. Y todo
esto lo comentan sin complejos, a voces tan notables que servidor se entera sin
esfuerzo a tres mesas de distancia. Esto no pasa en Copenhagen… en Roma sí.
La camarera acaba trayéndole un café clarito, como
quería la del ceño fruncido. Lo hace sin rechistar, y encima le quita hierro al
asunto con mucho oficio… Nada mujé, yo te
lo cambio ahora mismito y no pasa ná… Pero a la señora le cuesta alisar el
ceño. (Alguien se lo tendría que decir, pordió)
De la serie Furtivas. Carnaval de Cádiz, 2015
¡Caramba! Mientras escribía esto se ha sentado delante
de mí una chica monísima. Se ha colocado entre servidor y la estatua del general
franquista bilaureado, el que aún preside la plaza. No creo que la chica llegue
a los cuarenta añitos. Morena, pelo cortito y vestida con una camisa blanca
sueltecita, sin cuello. Lleva una carpeta portafolios y el camarero le ha
llevado un café y media tostada... ¡Jolines! Ya no estoy relajado. Tiendo a
mirarla de vez en cuando, a hurtadillas. Pero está muy cerca y me incomodaría
que las miradas se encontraran.
No sé... A servidor le parece que las relaciones entre
humanos siempre son sexuales. Es inevitable. Nos condiciona el sexo del
que tengamos delante. Las poses, las miradas, la inflexión de la voz, la
complicidad que se establece —si se establece—, etc., surgen en función del otro. Y para superar ese inevitable juego de seducción, es decir, para establecer una
relación entre personas por encima de su condición de género, al margen de
sexos, hay que interponer con decisión —y con voluntad consciente— una
educación que se superpone a lo atávico y lo anula.
La chica se levanta y resulta que usa unos
pantaloncitos cortos que le sientan la mar de bien (¡…si llega a ser un hombre
ni lo habría mirado!) Cuando se marcha me quedo más tranquilo.
No sé… ¿Será esto un ramalazo de misoginia o
simplemente será lo que tiene que ser?
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