Cuando nació Álvaro, mi primer hijo, comencé a ser consciente de lo
efímero de la vida, de la estrechura del tiempo y de todo lo que queda por
hacer. En ese momento, entre mi hijo y la muerte nos interponíamos tres
generaciones. Y, convencido de lo valioso de los recuerdos, retomé con ahínco
el interrogatorio a los más veteranos de la familia.
A Mamina y Mamá Ana, mis dos abuelas, les pregunté por sus
recuerdos de niñez, por sus padres y abuelos, por sus travesuras, sus pueblos y
por las cosas que contaban sus propios abuelos de sus tiempos de niñez. Y así
fui recuperando muchas historias familiares, seguramente tan tergiversadas y
alteradas por el tiempo que difícilmente se parecen a la realidad. Historias tan
antiguas que parecen fábulas...porque, es verdad lo que decía García Márquez,
al final vivimos la vida que recordamos no la que realmente vivimos.
Y así me encontré a Adriano Moreno Grigo, mi bisabuelo
materno-paterno. Un notable personaje que nació en Alcalá de los Gazules
(Cádiz) sobre 1865. Las historias familiares cuentan que acabó
encarcelado en el Presidio del Monte Hacho, en Ceuta, más o menos en 1900.
Contaba mi abuela materna que su suegro Adriano tenía mucho carácter, a ella le
había contado él mismo que una madrugada fue a buscar al médico del pueblo
porque su hijo pequeño estaba muy enfermo, y el médico le dijo que se
tranquilizara, que iría por la mañana. Y decía que cuando llegó, el niño había
muerto. Así qué conforme entraba le tiró una plancha de hierro colado a la
cabeza. Menos mal que falló y de esa se libró de ir a la cárcel...
Cuentan que era contrabandista. Conducía una reata de
mulas, capitaneadas por Romera, a través de los alcornocales hasta el Peñón de
Gibraltar. Allí las cargaba de tabaco, café y demás artículos ultramarinos, y
volvían por separado hasta Alcalá. La reata por un lado y él por otro. De esa
forma la guardia civil nunca lo pudo vincular con la carga y salía indemne.
Hasta qué un día lo pillaron in
fraganti en el patio de su casa, cuando recogía la mercancía. El relato
familiar cuenta que lo condenaron por contrabando y lo metieron preso en el
Penal del Monte Hacho, en Ceuta, dejando en Alcalá a su hijo Manuel (que será
mi abuelo materno) con sólo dos años. Pero esta es una historia endulzada. La
realidad es más cruda...
La realidad es que Adriano planeó el secuestro del tío
de su mujer, Juan Casas Pacheco, un hacendado de dinero y tierras. Por lo visto
contrató a cuatro sicarios que lo apresaron a las cinco de la madrugada del miércoles,
19 de agosto de 1896, cuando se dirigía a sus tierras de la dehesa llamada
el Lario, cerca del actual cortijo de la Palmosa. Le vendaron los ojos y lo
encerraron en una cueva durante cuatro días. Entonces lo pusieron en libertad a
condición de entregarles 30.000 reales… Imagino que la coacción debió ser
creíble y contundente porque ni el secuestrado ni la familia del secuestrado
colaboraron con la guardia civil para esclarecer los hechos. Sea como sea, el
jefe de la Guardia Civil de Cádiz se personó en Alcalá de los Gazules dispuesto
a proporcionar un castigo ejemplar, y a las pocas horas ya tenían preso a
Adriano. Y después de alguna paliza de por medio (los tiempos eran los tiempos
y los métodos, los métodos) mi bisabuelo había cantado por peteneras los
nombres de los forajidos que le ayudaron a perpetrar el secuestro. Las
autoridades judiciales pidieron dos penas de muerte y seis cadenas perpetuas
para los encausados... No sabemos cómo se distribuyeron las mismas. Los hechos
son que Adriano estuvo en el presidio de Ceuta desde 1900, y sobre 1914 ya era
un preso 'liberto'. Podía moverse por la ciudad sin abandonarla.
Cuentan que aprendió a leer y escribir en el presidio,
por su cuenta. Y que cuando salió se buscó la vida como memorialista en una
mesa del café Kim, allí redactaba cartas e instancias a una enorme masa de
analfabetos que poblaba una ciudad en auge porque en esos años se convirtió en
la capital del Protectorado español sobre Marruecos. Decía mi madre que cobraba
un real el servicio, y que así se fue haciendo con un capital que fue
engrosando jugando a las cartas en el Casino Centro Hijos de Ceuta. Se hizo con
una finca de ganado en Calamocarro y vivía estupendamente criando y vendiendo
reses, cabras y cerdos... Mi madre recuerda que ella y sus hermanos pasaban los
veranos en esa finca, y que durante los bombardeos republicanos en la
Guerra Civil, Adriano acogió a muchas familias ceutíes que huían de la ciudad
por miedo a las bombas.
Y siguió jugando a las cartas hasta que perdió la
finca de Calamocarro y acabo sus días con otra mujer, pobre y en un pequeña
chabola cerca del cuartel del Serrallo, criando cabras y vendiendo leche... Mi
madre le recuerda en sus mejores tiempos con una enorme barba blanca, vestido
de negro, con un sombrero cordobés de ala ancha y una cadena de oro que
enganchaba un reloj de oro guardado en el bolsillo del chaleco negro... Todo un
personaje Adriano. Sí.
Mientras tanto, en Alcalá, al poco de ingresar preso,
había muerto su mujer, y sus hijos habían sido cuidados y criados por la
familia de su cuñado... La historia del reencuentro entre el menor de sus
hijos, Manuel, y su padre, es otra curiosa historia que otro día contaré. Todo
a su tiempo.
2 comentarios:
Me encanta este tipo de relatos, tienes alguien en la familia parecido a mi abuelo, en lo de perder casas a las cartas; tengo grabadas más de 5 horas hablando con mi madre sobre su vida, y un libro sobre la vida de mi padre; me picó el " quien soy, de donde vengo”.
Y empecé a buscar en mis ancestros. Utilizo dos programas: MyHeritage y PAF (de los mormones), te llevas muchas sorpresas porque averiguas que tus ancestros vienen de muy diferentes lugares, (tú tienes que buscar los datos, el programa te los ordena) pero eso es otra historia, tira hacia atrás viejo amigo, y tendrás algo que darle a VEGA y LEON, y síguenos contando tu historia, eso hace que los amigos se acerquen aún más. Como siempre, tu manera de escribir, para guion de película.
Muy interesantes la historia familiar de tu madre Un abrazo.
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