Los que saben de estas cosas aseguran
que uno de los saltos evolutivos del homo
sapiens ocurrió cuando comenzamos a cooperar, no a competir entre nosotros.
La aparición de grupos humanos colaborativos supuso un enorme salto
civilizatorio. Hasta los lobos aprendieron las ventajas de la colaboración en
grupo frente al intento de cazar una pieza en solitario… tal vez por eso seamos
tan parecidos. Actualmente, cuando los ciudadanos decidimos organizarnos en
torno a la voluntad popular, lo que estamos haciendo es intentar continuar con
la enseñanza atávica que nos distinguió como especie…
…hasta que los codiciosos globalizaron
la economía con cantos de sirena y nos convencieron para que olvidáramos las
ventajas del comportamiento colaborativo. Y lo hicieron así para que sus
sacrosantas leyes del mercado no tuvieran cortapisas. Porque precisamente las
sacrosantas leyes del mercado inciden, nutren y alimentan plenamente
la codicia humana, ese germen autodestructivo que permanece en cada uno de
nosotros. Esas leyes de libre mercado fomentan la competitividad individual y
termina instaurando, en las sociedades humanas, el egoísmo más deleznable como
algo inevitable y deseable. El capitalismo es eso, competencia feroz, es
un paso atrás para la condición humana.
La globalización económica —es
decir, la explosión desmedida del capitalismo neoliberal— ha impuesto
la competitividad como señal de éxito. Y lo ha hecho anulando la voluntad de la
gente civilizada que, cuando organiza Estados como espacios de convivencia, lo
hace para colaborar y para conseguir amparar al grupo, nunca para diseñar una
cancha legislativa en la que competir hasta alcanzar el éxito personal y
el exterminio del competidor.
Crear un Estado democrático debería
suponer todo lo contrario. Supondría colaborar para que todos ganemos,
para que nadie quede desamparado de los mínimos derechos humanos. Supondría
buscar la igualdad de oportunidades para todos, y este es el verdadero corazón
del asunto: la igualdad de oportunidades. Por contra, la globalización
neoliberal nos ha impuesto un darwinismo social criminalizante, y son las
élites poderosas las que se empeñan en que lo identifiquemos como la
máxima expresión de libertad. Pero no es libertad… es una esclavitud.
Las sacrosantas leyes del mercado suponen una determinante sociológica para la
inmensa mayoría de la gente que nunca podrá dejar de ser pobre.
Organizar la convivencia
democráticamente es un salto civilizado hacia adelante, pero imponer la
competitividad como valor supremo desvirtúa el intento hasta hacerlo
fracasar. Lo vemos cada día, en todos los lugares y en todos los aspectos
de la vida…
…hoy, por ejemplo, nos hemos levantado
en España con las ciudades empapeladas y con las radios y televisiones
empantanadas con mensajes zalameros pidiendo el voto: ha comenzado otra campaña
electoral. La segunda de 2015, y nos amenazan con más…
Es una campaña planteada como siempre, con
desigualdad de oportunidades. Con unos partidos tradicionales muy visibles y
otros prácticamente invisibles. Plantear plataformas mediáticas igualitarias para
exponer ideologías, soluciones y métodos es impensable en este sistema. Lo que
se hace es comprar un diseño estético de campaña, mercantilizar cuatro mensajes
facilitos y repetirlos mientras quede dinero… Y para ganar hay que tener suficiente
dinero. Y nada se presta a cambio de nada, no seamos ingenuos. La financiación
de los partidos políticos en España ha sido el germen de una corrupción
galopante… Y, por tanto, una causa de falseamiento democrático. Los que han
gobernado ya tenían dueños a los que servir.
No existe la igualdad de oportunidades a
la hora de exponer ideologías. No ganan las ideas per se, razonadamente digeridas, ni ganan las mayorías libres
porque no hay libertad sin educación crítica (¡siempre la falta de educación!)
Aquí ganan las ideas que placen al poder financiero. Son las que se
convierten en las ideas mejor vendidas, las más visibles… Y NO podemos esperar otra cosa
en esta patética democracia formal.
1 comentario:
¡¡¡¡BRAVO!!!!
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