jueves, 15 de enero de 2015

Ante la tesitura de aceptar un premio

Pertenezco a un grupo de Facebook preocupado por el patrimonio histórico y cultural de mi pueblo. Lo administra persona brillante que ha sabido involucrar y liderar a un grupo de gente muy buena. Los hay historiadores, arqueólogos, restauradores, empresarios, escultores, periodistas, naturalistas, actores, escritores, artistas, maestros, etc., ¡hasta un químico tienen! Todos ellos interesados en dar a conocer el patrimonio para que se salvaguarde y repercuta en la riqueza cultural y económica de este rincón.

Un partido político de la ciudad nos ofrece un premio por la labor que hemos desarrollado. Es un premio que pretende “difundir valores tales como la igualdad, la convivencia, la justicia, el respeto o la tolerancia, como pilares fundamentales de la democracia y la ciudadanía”. Pero yo no lo tengo claro. Ya sé que aceptarlo es el sentir mayoritario del grupo, pero...

...aceptar un premio es reconocer la ascendencia moral del que lo otorga. Y si lo otorga un partido político, es reconocer a la clase política en general una atribución que ni posee  ni deberíamos consentir. Me parece que la clase política no está para premiar a los ciudadanos. No los elegimos para eso.

Y digo esto porque la clase política que ha gobernado España en los últimos tiempos no tiene ascendencia moral sobre nadie (y lamento decir esto porque sé que hay en política gente muy honesta que trabaja con este injusto sambenito encima), simplemente porque la ha dilapidado a fuer de engañar a la gente con previsibles medias verdades, con cobardes medias mentiras, con corrupciones y corruptelas, no siendo valientes, desvirtuando una democracia en la que muchos creíamos hasta dejarla en una formalidad vacía de ilusión.

Somos la gente los que premiamos o castigamos a los políticos, no al revés. Y deberíamos recuperar esta premisa política como concepto ético. Ellos no son nuestros tutores ni deben erigirse en jueces de nuestro comportamiento.

Me parece que la sociedad civil es la que debe reconocer la labor de sus conciudadanos y entregar premios si así se considera, porque si lo hacen los políticos están ofreciendo un regalo envenenado y, aunque se les suponga buena voluntad y ninguna doblez, no deben poner al ciudadano (o grupos de ciudadanos) en la tesitura de aceptar regalos y reconocimientos susceptibles de obligaciones ocultas e implícitas... entre otras cosas porque nosotros también estamos haciendo política cuando exponemos públicamente, conocimientos, tendencias, experiencias, ideas y críticas, todas ellas en el intento de cambiar las cosas.

Ya sé que esto se ha hecho así toda la vida, que hemos crecido viendo cómo los alcaldes entregaban premios (siempre a gente sumisa, por cierto), y que casi nunca nos hemos cuestionado estas cosas, que hasta es un honor recibir un premio de los políticos de tu pueblo, y que si no aceptamos este premio, no pasa nada, correrá bola y se buscarán a otra gente... 

Pero, no sé... aceptar un premio, subir al escenario, componer una sonrisa, extender la mano para recogerlo y desgranar palabras de agradecimiento se me antojan gestos de sumisión difíciles de aceptar.

No jugar este juego sería recuperar la normalidad, sería nuestra declaración de independencia. Un gesto muy pequeño, pero que suma, encaminado a demostrar que es la gente la que debería dirigir las cosas y no ser dirigidas por quienes consideran que tienen carta blanca, cada cuatro años, para defender los intereses que no son precisamente los de la gente que les votó.

Somos nosotros, la gente, los que tenemos que dirigir la política, y premiar o castigar cada cuatro años... creo que eso era lo que buscábamos hace cuatro décadas, ¿no?


2 comentarios:

Caberna dijo...

Completamente de acuerdo. Que baile su madre al son que ellos tocan.
¡Ole tus huevos!

Miguel Ángel López Moreno dijo...

Oooh! Un placer verte-leerte , viejo compañero. Un fuerte abrazo.