jueves, 9 de octubre de 2014

El viajero solitario: Medina Sidonia


A veces olvidamos que ahí afuera hay un mundo abierto por todos lados y, a pesar de tal maravilla, nos empeñamos en vivir encerrados entre cuatro paredes que aprisionan la vida. Por eso tengo que salir de casa, para confirmar que existe un espacio abierto y libre de miserias humanas, que no sabe de ébolas, ni de ineptos, ni de políticos corruptos. Hoy he vivido el atardecer camino de Medina Sidonia. Ha sido una estupenda tarde de otoño, luminosa, de sol cálido y brisa fresca. He circunvalado Chiclana y pasado cerca del ‘Velódromo de los Niños Salvajes’, allí donde me las apañaba para aplacar a los niños más intratables e indómitos que he conocido en mi vida… algún día contaré esa historia. Y he pasado por la puerta del Cementerio Mancomunado. Un sitio apacible, sin duda, y tentaciones he tenido de entrar para dejar pasar el tiempo entre sus cipreses.

Recuerdo que hace quince años todas las tarde hacia ese camino escoltando el entrenamiento de un grupo de ciclistas. Entonces era una carretera pequeña y solitaria, sin arcén y flanqueada de arboles. Ya no es así. La nueva carretera ha dejado aislado un poblado llamado El Berrueco… donde los adultos esperábamos al pequeño pelotón tomando café en una venta. Hoy, la venta está abandonada y tapiada, y todo aquello parece un poblado fantasma. Los jóvenes ciclistas llegaban a Medina subiendo por la cuesta de la Venta del Carbón, o por el otro lado, por la Venta de la Viuda, una cuesta que los chavales llamaban ‘La Pared’. Miedo me daba verles bajar esa pendiente en una bici tan frágil… Y viéndoles comprendí que el último ciclista del pelotón es un auténtico superhombre.

Hoy he pasado por el lugar donde Álvaro metió la rueda delantera en una grieta del asfalto y se cayó de la bici. Y por el lugar donde don Eduardo, entre los eucaliptos y las chumberas, reclamó un día a las perdices. Y reproducía el sonido tan fielmente que se le acercaron dos hembras. Luego está la Venta del Carbón, donde hace años, uno de los camareros le tiró los tejos a mi cuñado Paco… El no se acuerda, pero yo sí.

La plaza de Medina Sidonia es rectangular. Una luz diáfana, extraordinaria, ilumina los edificios blancos que la flanquean. En uno de los extremos, el ayuntamiento. Neoclásico, seguramente de finales del XVIII. Y en el otro extremo, varias terrazas repletas de clientes que disfrutan de los últimos momentos de sol. La plaza está atestada de niños. El griterío es ensordecedor… se ve que se lo pasan bien. Desde el azucarillo del café, Einstein reflexiona: “Preocúpate más por tu conciencia que por tu reputación, porque tu conciencia es lo que eres y es tu problema. Tu reputación es lo que otros piensan de ti, y lo que piensen los demás es problema de ellos”. No sé, cada día aparecen más frases atribuidas al bueno de Alberto, y a este paso habrá un dicho suyo para cada aspecto de la vida… como en la Biblia o El Corán. Y eso no puede ser bueno.

Una abuela da la merienda a su nieta… ambas van en silla de ruedas, una porque es pequeña, la otra porque es mayor. Un grupo de turistas nacionales —parecen jubilados, más por la forma de vestir que por la edad—, siguen a una joven que enarbola una banderita roja. No me gusta la condescendencia con que los trata…

En las mesas de la terraza no se perciben malas caras. Todo gira en torno a risas y confidencias. Cuatro mujeres, de unos cuarenta años, guapas, profesionales —tal vez docentes—, ocupan una mesa. Una de ellas está recibiendo quimioterapia y cubre su cabeza con un pañuelo. Es la que más ríe, y cuando lo hace se le achinan los ojos. Me gusta mirarla a hurtadillas. Me recuerda a mi compi. Se las ve con unas ganas enormes de vivir el momento.

La nieta no tiene dos años todavía, es rubia y tiene encima de la cabeza tres pelos pillados con un lazo rosa. Cuando termina la merienda llega su madre y se lleva a las dos a través de la plaza, a la abuela y a la nieta, cada una en su silla de ruedas, una porque es pequeña, la otra porque es mayor.

Una de las cuarentonas me mira de vez en cuando. Me gusta que lo haga, pero desde mis sesenta y dos las veo como inalcanzables objetivos sexuales. La que me mira de vez en cuando enciende un cigarrillo, y la que se ríe de su quimioterapia le pega un tortazo en la mano, seguramente escarmentada. ¡Leñe, que tires eso! Le increpa. No llevan faldas. Todas visten pantalones...

…es verdad, ahí afuera hay un mundo amplio, habitado por hombres y mujeres libres, que viven su día a día al margen de las miserables manipulaciones humanas. Gente normal, no contaminada, que se relaciona en la plaza de los pueblos, allí donde no llegan periódicos, radios ni televisiones.

Sí, se nos olvida que hay un mundo más amable.


3 comentarios:

mmhr dijo...

Conozcoo esta zona desde que trabajé dos cursos en Chiclana a mediado de los 90. Medina Sidonia, la Venta del Carbón, la plaza y todos esos monumentos que muestran el enorme y valioso patrimonio de este pueblo. Hace varios años que suelo ir de vez en cuando por allí y uno de ellos me encontré con las I jornadas de puertas abiertas pudiendo admirar patios singulares, restos romanos, museo etnológico, etc. a la vez que degustamos su rica gastronomía. De todo ello dejé huellas en mis blogs. Gracias. Saludos. Mercedes.

mmhr dijo...

Olvidaba que me río mucho y se me achinan los ojos, que por suerte ya me he quitado el pañuelo rosa por que me ha salido el pelo, que visto casi siempre pantalones...:-) Los cuarenta, hace tiempo que quedaron atrás. Me gusta el sentido del humor que desprende tu post. Mercedes.

Miguel Ángel López Moreno dijo...

Pues, permíteme, Mercedes, que te mande un gran beso y una sonrisa larga...