A veces olvidamos que ahí afuera hay un mundo abierto
por todos lados y, a pesar de tal maravilla, nos empeñamos en vivir encerrados entre
cuatro paredes que aprisionan la vida. Por eso tengo que salir de casa, para
confirmar que existe un espacio abierto y libre de miserias humanas, que no
sabe de ébolas, ni de ineptos, ni de políticos corruptos. Hoy he vivido el
atardecer camino de Medina Sidonia. Ha sido una estupenda tarde de otoño,
luminosa, de sol cálido y brisa fresca. He circunvalado Chiclana y pasado cerca
del ‘Velódromo de los Niños Salvajes’, allí donde me las apañaba para aplacar a
los niños más intratables e indómitos que he conocido en mi vida… algún día
contaré esa historia. Y he pasado por la puerta del Cementerio Mancomunado. Un
sitio apacible, sin duda, y tentaciones he tenido de entrar para dejar pasar el
tiempo entre sus cipreses.
Recuerdo que hace quince años todas las tarde hacia
ese camino escoltando el entrenamiento de un grupo de ciclistas. Entonces era
una carretera pequeña y solitaria, sin arcén y flanqueada de arboles. Ya no es
así. La nueva carretera ha dejado aislado un poblado llamado El Berrueco… donde
los adultos esperábamos al pequeño pelotón tomando café en una venta. Hoy, la
venta está abandonada y tapiada, y todo aquello parece un poblado fantasma. Los
jóvenes ciclistas llegaban a Medina subiendo por la cuesta de la Venta del
Carbón, o por el otro lado, por la Venta de la Viuda, una cuesta que los chavales
llamaban ‘La Pared’. Miedo me daba verles bajar esa pendiente en una bici tan
frágil… Y viéndoles comprendí que el último ciclista del pelotón es un auténtico
superhombre.
Hoy he pasado por el lugar donde Álvaro
metió la rueda delantera en una grieta del asfalto y se cayó de la bici. Y por
el lugar donde don Eduardo, entre
los eucaliptos y las chumberas, reclamó un día a las perdices. Y reproducía el
sonido tan fielmente que se le acercaron dos hembras. Luego está la Venta del
Carbón, donde hace años, uno de los camareros le tiró los tejos a mi cuñado
Paco… El no se acuerda, pero yo sí.
La plaza de Medina Sidonia es rectangular. Una luz
diáfana, extraordinaria, ilumina los edificios blancos que la flanquean. En uno
de los extremos, el ayuntamiento. Neoclásico, seguramente de finales del XVIII.
Y en el otro extremo, varias terrazas repletas de clientes que disfrutan de los
últimos momentos de sol. La plaza está atestada de niños. El griterío es ensordecedor…
se ve que se lo pasan bien. Desde el azucarillo del café, Einstein reflexiona: “Preocúpate más por tu conciencia que por tu
reputación, porque tu conciencia es lo que eres y es tu problema. Tu reputación
es lo que otros piensan de ti, y lo que piensen los demás es problema de ellos”.
No sé, cada día aparecen más frases atribuidas al bueno de Alberto, y a este
paso habrá un dicho suyo para cada aspecto de la vida… como en la Biblia o El
Corán. Y eso no puede ser bueno.
Una abuela da la merienda a su nieta… ambas van en
silla de ruedas, una porque es pequeña, la otra porque es mayor. Un grupo de
turistas nacionales —parecen jubilados, más por la forma de vestir que por la
edad—, siguen a una joven que enarbola una banderita roja. No me gusta la
condescendencia con que los trata…
En las mesas de la terraza no se perciben malas caras.
Todo gira en torno a risas y confidencias. Cuatro mujeres, de unos
cuarenta años, guapas, profesionales —tal vez docentes—, ocupan una mesa. Una
de ellas está recibiendo quimioterapia y cubre su cabeza con un pañuelo. Es la
que más ríe, y cuando lo hace se le achinan los ojos. Me gusta mirarla a
hurtadillas. Me recuerda a mi compi. Se las ve con unas ganas enormes de vivir
el momento.
La nieta no tiene dos años todavía, es rubia y tiene encima
de la cabeza tres pelos pillados con un lazo rosa. Cuando termina la merienda
llega su madre y se lleva a las dos a través de la plaza, a la abuela y a la
nieta, cada una en su silla de ruedas, una porque es pequeña, la otra porque es
mayor.
Una de las cuarentonas me mira de vez en cuando. Me gusta que lo haga, pero desde
mis sesenta y dos las veo como inalcanzables objetivos sexuales. La que me mira de vez en cuando enciende
un cigarrillo, y la que se ríe de su quimioterapia le pega un tortazo
en la mano, seguramente escarmentada. ¡Leñe, que tires eso! Le increpa. No llevan faldas. Todas visten pantalones...
…es
verdad, ahí afuera hay un mundo amplio, habitado por hombres y mujeres libres, que
viven su día a día al margen de las miserables manipulaciones humanas. Gente
normal, no contaminada, que se relaciona en la plaza de los pueblos, allí donde
no llegan periódicos, radios ni televisiones.
Sí, se nos olvida que hay un mundo más amable.
Sí, se nos olvida que hay un mundo más amable.
3 comentarios:
Conozcoo esta zona desde que trabajé dos cursos en Chiclana a mediado de los 90. Medina Sidonia, la Venta del Carbón, la plaza y todos esos monumentos que muestran el enorme y valioso patrimonio de este pueblo. Hace varios años que suelo ir de vez en cuando por allí y uno de ellos me encontré con las I jornadas de puertas abiertas pudiendo admirar patios singulares, restos romanos, museo etnológico, etc. a la vez que degustamos su rica gastronomía. De todo ello dejé huellas en mis blogs. Gracias. Saludos. Mercedes.
Olvidaba que me río mucho y se me achinan los ojos, que por suerte ya me he quitado el pañuelo rosa por que me ha salido el pelo, que visto casi siempre pantalones...:-) Los cuarenta, hace tiempo que quedaron atrás. Me gusta el sentido del humor que desprende tu post. Mercedes.
Pues, permíteme, Mercedes, que te mande un gran beso y una sonrisa larga...
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