En la plaza del Rey —Isla de León— hay una estatua ecuestre de un general bilaureado y filofascista, de esos que lucharon sin complejos contra otros españoles y medraron la mar de bien durante la dictadura. Orgullo de unos isleños y vergüenza de otros isleños. Hoy las palomas se le cagan encima; pero de ahí a que la reacción ácida disuelva el bronce van a pasar milenios (…habría que buscar otra forma más rapidita si es que se le quisiera perder de vista)
En una esquina de la misma plaza, sigue colocada una placa de mármol que recuerda la hazaña de dos hermanos, militares ellos, que fueron heridos gloriosamente, al servicio de Dios y de la patria, durante la Cruzada de liberación nacional. Eso va a ser que la memoria histórica sigue siendo unilateral por estas esquinas… lo digo porque los otros siguen siendo criminales anónimos, y hacinados en fosas comunes.
Un poco más abajo, un joven sentado en la acera, a la recachita del sol mañanero, exhibe un cartel explicativo. Dice que tiene 21 años, que es electricista y que pide una ayuda. Es muy joven, casi barbilampiño. Lleva un macuto de Decathlon y ropa que aún no está ajada… parece nuevo en la calle. No sé, antes se le podría reprochar que con su juventud y con esas dos manos tenía suficiente para ganarse la vida… “yo, con tu edad ya estaba jartito de trabajá”, le habría dicho cualquier viandante de cierta edad. Pero hoy no es así. Ya no es tan sencilla la oportunidad de esta idea. Hoy, simplemente, el sistema no le necesita. ¡Sobramos! El sistema inmoral que nos inyectan en las entendederas ha declarado ‘cosa prescindible’ a muchos ciudadanos como este. Y en consecuencia parece decirnos: ¡Muérete, causarás menos engorro!
Viendo a este chico, derrotado ya con 21 años, me vienen a la cabeza algunas palabras de Galeano: “La caridad es humillante porque se ejerce verticalmente y desde arriba; la solidaridad es horizontal e implica respeto mutuo”.
El problema es que el Estado que están construyendo a nuestras espaldas ha renunciado a ejercer la atención solidaria que los ciudadanos le habíamos delegado. El nuevo sistema neocapitalista de valores entiende que el Estado NO ESTÁ para atender a vagos y maleantes –señalemos que vagos y maleantes son los que no tienen encaje en el miserable entramado laboral que han diseñado-, que el Estado no está para atender enfermos o viejos; no está para ocuparse de la de educación de niños, que para eso están los padres… el Estado solamente TIENE que amparar el mercado y la libertad de los negocios en un ejercicio darwiniano de sálvese quien pueda.
El problema es que el Estado que están construyendo a nuestras espaldas ha renunciado a ejercer la atención solidaria que los ciudadanos le habíamos delegado. El nuevo sistema neocapitalista de valores entiende que el Estado NO ESTÁ para atender a vagos y maleantes –señalemos que vagos y maleantes son los que no tienen encaje en el miserable entramado laboral que han diseñado-, que el Estado no está para atender enfermos o viejos; no está para ocuparse de la de educación de niños, que para eso están los padres… el Estado solamente TIENE que amparar el mercado y la libertad de los negocios en un ejercicio darwiniano de sálvese quien pueda.
Y al final de la calle —¡vaya por Dios!— me encuentro con la estatua de un cura amparando a un niño con su brazo. ¡Joder! Me da un repelús que me asusta. No sé… Me he sentido culpable de haber sentido ese repelús —pero me recupero enseguida, la verdad—. No hace mucho, ver juntos a un niño y a un cura no producía ningún tipo de reacción. Al contrario, uno recordaba la sensación naif de “…dejad que los niños se acerquen a mí”. Pero ya no es así… y no precisamente porque uno sea malpensado, lo es porque los sacerdotes –unos por acción y otros por omisión- se han ganado a pulso una sospecha general de pederastia.
Parménides tenía razón… ¡Esto cambia a una velocidad que no hay quien lo reconozca, tío!
No hay comentarios:
Publicar un comentario