Primero de
octubre de 2012, lunes.
Hay una fauna humana que
ocupa la ciudad por las mañanas. Apenas llevo dos días ejerciendo de jubilado y
ya lo percibo. Es una fauna humana que no se ve a otras horas. Ya sé que es
obvio, pero no me había parado a verlo…
Paquita tenía 69 años cuando gané la oposición y entre
a trabajar. Era administrativa, y todos los días, invariablemente, a las ocho
de la mañana acudía a la iglesia del Arsenal de la Carraca a escuchar misa.
Luego, en paz consigo misma, se incorporaba a su puesto de trabajo en la
oficina de un laboratorio de pólvoras y explosivos… se sentaba delante de su
máquina de escribir y dormitaba con los brazos cruzados (dormitaba
profundamente, no te creas) Sólo de vez en cuando, don José, el alférez de
navío que llevaba la oficina, le pedía que hiciera tal o cual oficio, más que
nada para entretenerla. Paquita era una abuela de 69 años en 1978 y sobrellevaba no sé cuantos achaques propios de su
edad. Vestía de negro, tenía el pelo totalmente blanco y renqueaba de una
pierna. Al poco de jubilarse, con setenta años, falleció… ¡quién sabe! Tal vez
porque ya no tenía nada que hacer en la
vida.
Hoy tengo sesenta y ha sido mi primer día de jubilado. Afortunadamente
conservo la cabeza clara y tengo mil ideas y mil cosas por hacer. En estos 34
años hemos conquistado —entre otros— el derecho a vivir dignamente después de trabajar más
de media vida. Pero la crisis está a punto de succionarlo. La crisis está
sirviendo para muchas cosas. Entre otras para entender que cambiar el mundo es
indispensable… indispensable para mantener los privilegios de algunos pocos,
por supuesto. Por eso ahora los dogmas neoliberales que nos apporrean por todos
lados, intentan convencernos con uno de sus mantras repetitivos: ‘hay que
adecuar la edad de jubilación a las expectativas de vida’… Quieren decir que no
les importa la gente, ya lo sabemos. Para esta mesnada de mesiánicos
neoliberales lo importante son las cuentas, los balances positivos y buscar por
cualquier medio la confianza de los mercados, sus amos. Y a estos amos
sacrifican a la gente y el bienestar conseguido. El dogma neoliberal es
insaciable por definición y succionará cualquier derecho que hayamos
conquistado. No se puede esperar otro comportamiento… buscar el ‘máximo
beneficio privado’, y aceptarlo como verdad incuestionable, es incompatible con
un comportamiento democrático, solidario o simplemente humanizado.
Es decir, quieren volver a lo de Paquita… pero con
sueldos de miseria, jornadas esclavizantes y súbditos sometidos. Y lo
conseguirán —esto y todo lo demás— a no ser que despertemos, nos plantemos y
resistamos sin violencia, con las manos en los bolsillos, pero sin dar un paso
atrás. Porque somos más y somos civilizados.
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