martes, 19 de junio de 2012

La belleza de la joven madre

Castillo de Santa Catalina (Cádiz), un baluarte del XVII restaurado hace pocos años. Un lugar francamente atractivo. Los edificios militares tienen eso, que cuando son reconducidos a tareas culturales dan un juego estupendo. Lo que interesa es que la sociedad sepa dar contenidos adecuados a estos edificios, porque si no es así sólo son cascarones vacíos condenados a otro abandono. Ese día inauguran una exposición de pinturas. No estuvo mal…

Los invitados van llegando y forman corrillos en el antiguo patio de armas. Se ve que es una reunión de gente preparada. No son pijos… esas cosas se notan. Y no me equivoco (luego me entero que la mayoría de los presentes están vinculados a entornos y actividades muy interesantes)

Una niña rubita de cinco años se enfada con su madre, pone unos morritos muy simpáticos y se aleja un poco de ella. Luego, para autoafirmar su rebelión se tapa la cabeza con la faldita, para no ver nada y no saber nada. La madre le dice que los niños le van a ver la barriguita pero la niña insiste en su desafío y la infla hasta dejarla gorda-gorda…

Es muy guapa la chiquita, tiene rizos dorados y unos ojillos risueños aunque esté de morritos. La madre también es mona. Tiene el pelo castaño rizado. Calza sandalias artesanales de cuero; viste una falda estampada de colores, larga y una blusa holgada. Cuando se agacha para hablar con la hija le veo los senos. Los dos. Enteros. Desde la base hasta los pezones… van libres, como un soplo de brisa marina. ¡Madre mía!

¡Uf! Miro para otro lado, azorado… pero la charla materno-filial se prolonga en el tiempo y me da tiempo a reflexionar conmigo mismo: “…tú eres carajote, tío. No estamos en que hay que buscar y disfrutar de lo bello…”. Así que me dejo de tonterías y azoramientos y miro con disimulo hasta que la madre convence a la niña y se van de la mano. Son bonitos los senos de la chica… indiscutiblemente, están hechos para gustar.


Luego entramos a disfrutar de las pinturas de la pintora. Son acuarelas y oleos sobre tablas. Tienen un sello personal. Cada cuadro es un bello instante. Y uno se reafirma en una vieja convicción: que suele haber belleza en cada sitio y en cada momento, sólo hay que saber mirar…


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