martes, 26 de junio de 2012

Dátiles y algarrobas


Hay datileras en el centro de San Fernando. Tienen frutos redondos, como naranjitas, y son dulces y cremosos. Nadie los aprovecha y se van cayendo al suelo dejando todo perdido. Algunos pájaros se dan un festín, pero nadie más (...en Ceuta les decíamos 'palmichas', pero eran de otra especie, ovaladas) Mis amigos no consienten en probar estos dátiles, y ponen cara de asco cuando me los como… se ve que para ellos, si no se compra en el Mercadona no es comestible. No saben…
 
A servidor le entusiasma comer frutos directamente del árbol. Lo que sea. Yo creo que eso viene de Miguelín, mi padre, que le gustaba hacer lo mismo… y multitud de veces paraba el coche en las cunetas —cuando hacer eso era posible— y nos poníamos a recoger brevas de cualquier higuera salvaje que creciera a mano. Le encantaban los higos a mi padre…
 
Después me tocó a mí hacer lo mismo y cada vez que viajo con mi ‘compi de la vida’, nos bajamos del coche para robar manzanitas verdes y ácidas (a veces son manzanos silvestres, pero otras veces invadimos descaradamente un huerto privado, lo reconozco) Recuerdo que en el Camino de Santiago disfruté una barbaridad… y no perdía ocasión de comer manzanas, ciruelas, moras, mazorcas verdes y lechosas… cualquier cosa comestible.
 
Yo he comido todo lo que se me presentaba —no por hambre, sino por placer—, desde flores de acacias (que son dulces) hasta ‘panecillos’ de malvas, pasando por las vinagretas de toda la vida y palmitos de corazón blanco y ‘huevas’ amarillas, o arándanos en los bosques gallegos, higos-chumbos, majuelos, etc. Y, por supuesto, algarrobas… ¡madre mía! Las algarrobas son un manjar. ¡Cuánta razón tienen los cerdos! Las mejores algarrobas que yo he comido son las de Ibiza… sin lugar a dudas. Crecen por todos lados y son árboles enormes que ofrecen vainas carnosas y cremosas. Hay que cogerlas en sazón, por supuesto… que si no se vuelven un poco correosas.
 
Mi hijo Álvaro comprendió un buen día la belleza de las algarrobas… me lo contó lleno de admiración. Habían abandonado al grupo en una cala pedregosa e inaccesible del Cabo de Gata. Detrás de la calita sólo había una pared caliza impracticable. La única forma de salir de allí era por barco y la prueba consistía en sobrevivir durante una semana (era un curso homologado de supervivencia) Cuando acabaron con cangrejos, lapas, mejillones y ‘burgaillos’ se pasaron a comer saltamontes tostaditos sobre una lata vacía. No estaban malotes, dice… fue entonces cuando vieron el árbol encaramado en mitad de la ladera. El algarrobo…
 
«¡Qué cosa más rica, papá! Tú no te puedes imaginar el placer de ese cerebro recibiendo la glucosa de las algarrobas después de cuatro días a saltamontes… Yo no he visto cosa más rica en mi vida»
 
Te creo, hijo mío, te creo…
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La imagen es una palma datilera en el Barrero / San Fernando



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