A la señora María le gusta ordenar el cestito de sus medicinas. Las va sacando y las agita para comprobar si le quedan suficientes pastillas dentro. Luego, conforme las vuelve a colocar en su lugar, explica para qué son cada una de ellas… Se siente segura con su cestillo rebosante de cajitas.
Su nuevo cardiólogo es un sieso. Dice que es hijo y nieto de cardiólogos, que tiene un despacho muy antiguo, con muebles muy oscuros y muy grandes, que parecen sacados de una película de Drácula; y que la pared del despacho está llena de diplomas muy viejos; uno de ellos es de 1910. También dice que es un sieso porque no mira a los ojos y la trata con displicencia… lo de ‘displicencia’ lo digo yo, que ella lo explica componiendo un gesto de desdén y usando la mano para explicar la cosa. Se salva porque ha conseguido bajarle el hinchazón de las piernas… será un sieso —dice—, pero es buen médico.
La señora María procura no prestar atención a las noticias, dice que prefiere no enterarse de lo que pasa… pero se la nota preocupada por su pensión y por los ahorros de toda su vida. Dice que lo quiere sacar todo y guardarlo debajo del colchón… ¡Anda ya, mujer! Trato de quitarle hierro al asunto, pero lo hago sin convicción.
En el tejado, al pie de la chimenea, ha anidado una pareja de gaviotas y han sacado adelante dos pollos. Los pollos son feos y los padres gastan una mala leche que da miedo. Dejo a la señora María con su cestito de medicinas y salgo al patio a comprobar si es cierto lo que cuenta Juan… Acojona, la verdad. Verte venir en caída libre una gaviota con el pico abierto, y cambiar de dirección a un metro de tu cabeza, acojona. La señora María tiene que salir al patio con una escoba, para espantarlas… se ve que las gaviotas son unos progenitores muy celosos, de los que te arrancan los ojos como amenaces sus intereses…
¡Joder! Parece la vida misma.
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