miércoles, 8 de octubre de 2008

La palabra estable del Dios de Ratzinger

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¡Menos mal, Dios mío! ¡Menos mal que la palabra de Dios es más estable que las bancos! Nos lo ha recordado Ratzinger, que la palabra es una palabra inmutable y clara, cristalina y diáfana, que nos la reveló el mismísimo Dios para que los hombres no tengamos dudas y sepamos obedecer fielmente sus deseos.

¡Menuda estupidez! ¡Menudo insulto a los hombres de buena voluntad!

Esa palabra de Dios que Ratzinger dice estable, la que han transmitido a trancas y barrancas las distintas clerigallas cristianas a través de los siglos, la que nos han hecho aceptar como revelación del mismísimo Dios, ha generado decenas y decenas de interpretaciones opuestas... ―y no entremos a valorar qué lengua hablaba el supuesto Jesús; ni las desviaciones volcadas en la primera transcripción a otra lengua; ni las aportaciones de cada traducción posterior; ni los errores involuntarios o interesados de cada copista, etc., etc., etc.―

...y no me apetece listar aquí y ahora las distintas herejías históricas emanadas de la única palabra estable de Dios; ni me apetece hablar de las luchas, de las injusticias, crueldades, ni de los muertos que han provocado las desviaciones de la palabra estable de Dios a lo largo de los tiempos. Porque toda la historia de hombres y religión es una astronómica locura colectiva.

Desde luego vaya birria de revelación divina la que produce tantas y tantas interpretaciones distintas, y confunde a los hombres hasta el punto de montar guerras de exterminio para demostrar el error del otro... Podía el todopoderoso haberse empeñado un poquito más en
 dejar claras las cosas, ¿no? A no ser que el todopoderoso ente supremo disfrute observando el espectáculo que le montamos sus criaturas.

Sí, vaya birria de palabra estable dice Ratzinger que tiene su Dios.

¡Dios mío! Menuda broma macabra tenemos que soportar cada vez que aparentamos respeto a estos iluminados.

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