sábado, 22 de marzo de 2008

Sufrir santifica



Hay un principio infame en todo esto: Dios no puede equivocarse. Es inconcebible que cualquier Dios todopoderoso, eterno e infinitamente sabio se equivoque... y su mensaje divino a los hombres es un mensaje inapelable. Y la casta sacerdotal que se arropa el derecho a gestionar el mensaje inequívoco de Dios está en posesión de una verdad absoluta que, para mayor incordio, se empeña en imponer a todo ser humano, quiera o no quiera oírlo.

Y para evitar cualquier tentación en contra de esa idea, se generan los renglones torcidos de Dios, los extraños caminos del Señor y mil explicaciones pueriles para confirmar –entre otras cosas- la bondad del sufrimiento como camino de salvación y para conformar la sumisión absoluta del creyente a los designios del Señor... que no es otra cosa que sumisión a la autoridad sacerdotal.

Y si Dios sufre sin cuidados paliativos las torturas previas a su muerte; y si además Dios muere con dignidad, entonces el sufrimiento y la muerte de los curritos de a pie no pueden ser malos... porque todos los males y sufrimientos que padecen los hombres los quiere Dios, y ¿quienes son los hombres para ir en contra de los designios de Dios? Hasta tal punto es así que esta no parece ser una religión de amor... más bien parece una religión de necrófilos, que abandonan la vida presente, que hacen de la muerte el centro de su ser y el comienzo de todas sus esperanzas.

Y, sin embargo, nada que objetar a todo esto. Los fieles que no sepan o no puedan o no quieran escapar, que sigan los designios que hacen para ellos las castas sacerdotales... el problema irresoluto es de nuevo la injerencia en la sociedad civil de esta gente, que es una sociedad más amplia y que no debe regirse por los designios divinos de cualquiera de los dioses únicos que pululan por ahí... es la sociedad en la que tenemos que caber todos y que debe regirse con la cabeza, no con supercherías...



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