miércoles, 26 de marzo de 2008

El banco de piedra, duro y frío.

La señora de la cazadora roja se saca las zapatillas blancas. Las sacude. Parece que estaban llenas de tierra. Los calcetines no tienentomates. De esta ha salido bien parada, no como aquel presidente del FMI.

Un gorrión se acerca y me mira los zapatos... pero no son comestibles y se marcha. ¡Que bien vuelan los gorriones! Vuelan, tienen comida en cualquier sitio y encima no se les ve excesivamente obsesionados con el sexo... no deben vivir mal los gorriones, casi mejor que los perros.

El trío de señoras mayores, tal vez viudas, se cambia de banco. Buscan el sol, que ya va cayendo... pero ahora les da de cara y una de ellas protesta. ¡Nunca llueve a gusto de todos!

Madre, hija y nieta toman los últimos rayos de sol que caen en laAlameda Moreno de Guerra. Justamente les calienta los riñones... ¡que gustito! Dice la abuela. Se la ve feliz.

Una extraña señora atraviesa la Alameda. Camina cansina. ¿Por qué es extraña? Pelo muy corto, casi militar; cortado al dos en toda la cabeza. Teñido de amarillo pollo pión que es un amarillo fortísimo. Viste suéter de lana muy amplio, de punto, de muchos colorines, a franjas que parece peruano o boliviano. Y además le cuelga una capucha tan larga que le llega al final de la espalda... y más allá. La señora es muy rara...

El señor mayor, bien vestido, empuja a su mujer. Ella está impedida y va muy bien sentada en una silla de ruedas. Tiene motor, pero el señor elegante la empuja con cariño. Debió ser un señor importante, con aires de haber asumido responsabilidades a lo largo de toda su vida... pero ahora empuja la silla de su señora, de pelo cano y muy bien peinada, por una calle de una pequeña ciudad del sur.

Las gomas de los coches chirrían en las curvas; es por la cera que han dejado los cirios de Semana Santa. Ahora el municipio tendrá que gastar una pasta (una pasta de creyentes y ateos) para limpiar todas las calles de cera. ¡No habría sido mejor no ensuciarlas!

A esta hora no pasean chicas guapas. Se ve que no les gusta el último sol de la tarde. Entonces fue cuando llegó ELLA, y me contó sus progresos en clase de acuarela. Mereció la pena esperarla en este banco de piedra, tan duro y tan frío...



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