La verdad es que apenas he reflexionado el sentido de mi voto (tampoco me hacía falta) Literalmente no he tenido tiempo... este sábado de reflexión preelectoral, y la semana anterior, anduve con mi amigo Trasto de aquí para allá visitando algunas zonas de la provincia de Cádiz. Uno redescubre su tierra cuando la muestra y la explica a los demás, parece como si la mirásemos con los ojos del que arriva por primera vez y así todo vuelve a resultar sorprendente.
Justamente eso, mirar las cosas cotidianas como si fuera la primera vez que se observan es algo que me obligo a hacer de vez en cuando. Es una buena manera de volver a dar el valor que merece cada rincón habitual... o que merece cada persona con la que nos rozamos cada día. Y eso, olvidar el valor de las personas que nos rodean, es a veces muy injusto.
Y concretamente eso, remirar a mi compi de la vida, lo hago siempre que la veo venir a lo lejos. Me fijo en su figura, en sus curvas debajo de la blusa, el perfil de sus senos... Ella lo sabe y me saca la lengua para burlarse, o se contonea teatralmente cuando se me acerca... y cualquiera que la vea hacer eso debe pensar que está un poco colgá... y acierta de pleno, la verdad.
Esto tiene que ver con el viejo asunto de que los hombres solamente apreciamos el contraste... por eso es necesario ser algo infeliz para rebosar de alegría; por la misma razón sólo podemos amar desde el desamor... o apreciar el valor de la soledad cuando estamos hasta las narices de pelmazos.
El sábado de reflexión, mi hijo Alejandro está en casa... traía veintiun (21) calzoncillos usados para lavar. Y uno se hace dos preguntas. Primera: ¿Cómo se puede ser estudiante fuera de casa con 21 calzoncillos en el cajón? Segunda: ¿Acaso no hay lavadoras en Sevilla? Y mi Álvaro, mi otro hijo, anda ilusionado con una idea... ¡que bueno es tener una idea y pelear por ella!
El sábado de reflexión llueve y me duele la cabeza. En Sanlucar de Barrameda (donde la mejor manzanilla y mejores gambas blancas) he visto algunas carretas de rocieros atravesar el Guadalquivir en camino de vuelta. Sigo sin encontrar la lógica a la Romería del Rocío. Me avergüenza. Siento vergüenza ajena observando el espectáculo de personas disfrazadas para adecuarse a la situación. Qué poco sentido común le otorgo al que grita:
¡Viva la Blanca Paloma! ¡Viva la Madre de Dió!
A la salida de Cádiz, justo por donde pasan las carretas rocieras alguien dejó una pintada memorable. Son sólo dos palabras, pero es un auténtico discurso:
Justamente eso, mirar las cosas cotidianas como si fuera la primera vez que se observan es algo que me obligo a hacer de vez en cuando. Es una buena manera de volver a dar el valor que merece cada rincón habitual... o que merece cada persona con la que nos rozamos cada día. Y eso, olvidar el valor de las personas que nos rodean, es a veces muy injusto.
FALTA FOTO
Y concretamente eso, remirar a mi compi de la vida, lo hago siempre que la veo venir a lo lejos. Me fijo en su figura, en sus curvas debajo de la blusa, el perfil de sus senos... Ella lo sabe y me saca la lengua para burlarse, o se contonea teatralmente cuando se me acerca... y cualquiera que la vea hacer eso debe pensar que está un poco colgá... y acierta de pleno, la verdad.
Esto tiene que ver con el viejo asunto de que los hombres solamente apreciamos el contraste... por eso es necesario ser algo infeliz para rebosar de alegría; por la misma razón sólo podemos amar desde el desamor... o apreciar el valor de la soledad cuando estamos hasta las narices de pelmazos.
El sábado de reflexión, mi hijo Alejandro está en casa... traía veintiun (21) calzoncillos usados para lavar. Y uno se hace dos preguntas. Primera: ¿Cómo se puede ser estudiante fuera de casa con 21 calzoncillos en el cajón? Segunda: ¿Acaso no hay lavadoras en Sevilla? Y mi Álvaro, mi otro hijo, anda ilusionado con una idea... ¡que bueno es tener una idea y pelear por ella!
El sábado de reflexión llueve y me duele la cabeza. En Sanlucar de Barrameda (donde la mejor manzanilla y mejores gambas blancas) he visto algunas carretas de rocieros atravesar el Guadalquivir en camino de vuelta. Sigo sin encontrar la lógica a la Romería del Rocío. Me avergüenza. Siento vergüenza ajena observando el espectáculo de personas disfrazadas para adecuarse a la situación. Qué poco sentido común le otorgo al que grita:
¡Viva la Blanca Paloma! ¡Viva la Madre de Dió!
¡Rocieros, payasos!
Post Scriptum: (...pero te quiero, Maribelita)
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