jueves, 8 de marzo de 2007

El Gran Silencio

Vimos hace unos días El Gran Silencio, la estupenda película documental de Philip Gröning sobre la vida de los monjes en el monasterio "Grande Chartreuse", en los Alpes franceses. Son nada menos que 160 minutos de cinta sin diálogos; solo silencios humanos y los sonidos cotidianos… roce de ropa, crujido de tarimas que ceden al peso de los hombres, musitar de oraciones, campanas tañendo, piar de pájaros, gotas de lluvia que caen, cánticos de los propios monjes… el tic-tac de un lejano reloj.

Tuve tiempo de acordarme de mi amigo Alfonso (AQUÍ su web) porque la cinta está filmada en numerosos primeros planos que resbalan con lentitud y hace perder la perspectiva de lo que estamos viendo. También, a veces, el grano del film es grueso y algo desenfocado. Estos dos efectos consiguen acercar hasta los olores al espectador, incluso el frío y el calor del chubeski. Y yo sé que esa estética le habría gustado a mi amigo, que es un apasionado de la fotografía cuando intenta provocar impacto emocional.

Pero yo no encontré felicidad en esos poderosos hombres que renuncian al mundo material. Todo lo contrario, me parecieron hombres tristes, seres que sufrían mucho en su continua búsqueda de Dios (de hecho dicen guardar silencio para estar atentos a su llamada... ¿será que sufren porque no la oyen?) El planteamiento vital del drama es tan fascinante como cualquier Gran Hermano (me refiero al programa basura, no al de Orwell) Un grupo de hombres aislados físicamente del exterior; sometidos a una estricta disciplina y control de su conducta; recortada su libertad personal (voluntariamente) Cada acto, cada movimiento está sujeto a un estricto control... el tiempo se marca a golpe de campanadas y se detiene. Lectura, trabajo comunal y oración en solitario y en comunidad. Hombres pacíficos que no molestan. Y una resignación total. Una estación es igual a otra estación...En estas condiciones y embutidos entre esas cuatro paredes, tienen garantizadas dos cosas: la pérdida de perspectivas diferenciadoras y la conversión de esa vida inútil en la única y unívoca realidad. (Si eso ocurre en cosas tan simples como la vida cuartelera y durante el Camino de Santiago, ¡que no ocurrirá en un monasterio!)

Sólo un día a la semana hablan entre sí durante unas horas. En la peli, esos son los momentos alegres. Ríen como niños mientras juegan en la nieve... o conversan en torno al significado de los gestos, de los símbolos y de la liturgia que conservan y que ellos encuentran sin sentido. En concreto hablan del gesto de lavarse las manos antes de entrar en el refectorio, pero todos tienen las manos limpias ¿por qué entonces seguir con el gesto/ símbolo/ liturgia de la limpieza? Y llegan a la conclusión de que hay que reflexionar sobre el origen de ellos, porque los símbolos son los muros de su vida, y si los pierden, se les derrumba.

El hermano invidente da las gracias a Dios todopoderoso por haberle dejado ciego y sordo porque está convencido de que es para el bien de su alma... Y dice que la muerte es una dulce liberación. Tiene guasa utilizar toda una vida para llegar a ese convencimiento:

¡Estoy deseando morir!



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