En
San Fernando —y en cada rincón de España— los asesinos que se destaparon el 18
de julio de 1936 no dejaron evidencias documentales de sus crímenes. La mayoría
de los asesinatos cometidos durante el Terror
Caliente (julio de 1936, marzo de 1937) no están documentados. No pueden
estarlo porque nadie en su sano juicio certifica que ha cometido un asesinato. Eran
asesinos, pero su grado de estulticia no llegaba al punto de dejar constancia escrita
de tal crimen. En cambio, sí contaban con la complicidad, la comprensión y el
silencio expreso de los suyos, es decir, de las cúpulas rebeldes de la Armada e
Infantería de Marina, de los guardias civiles y carabineros sublevados contra el
gobierno de la República, de entusiastas falangistas salvadores de su particular
patria, de fanáticos sacerdotes salvadores de almas y condenadores de cuerpos, y
de todas esas personas de orden que apoyaron
un régimen que protegía sus privilegios de clase dominante, aunque ello implicara
torturar, asesinar y hacer desaparecer los cuerpos de los que podían oponerse a
la barbarie que ese día comenzó en San Fernando y en España. Sí… contaron con
la complicidad de personas normales que
protegieron sus normales privilegios de toda la vida. Y contaron también con el
paralizante miedo que provoca el terror desparramado por las callejuelas del
pueblo.
Lo
que sí hicieron estos asesinos fue marcar los libros de actas del ayuntamiento.
Trazaron una cruz junto al nombre de cada concejal asesinado. También inscribieron
una cruz en el frontal de algunos expedientes que abrieron en la cárcel
municipal a los enemigos de España… el nuevo país que estos
criminales estaban construyendo sobre torturas y muertes. Esas cruces son las
únicas señales escritas que dejaron de sus fechorías.
No.
No hay pruebas documentales de los asesinatos cometidos durante el Terror Caliente. El único documento
primario que los describe es el Libro único
y secreto que ordenó abrir el Vicario Capitular de la Diócesis de Cádiz (Eugenio Domaica) a los párrocos de San Fernando… Es el cuaderno que utilizó José Casado Montado
para escribir Trigo tronzado, y el
que usaron contados investigadores para listar a los muertos en la provincia de
Cádiz. Hoy ese libro está bajo férrea custodia en algún archivo episcopal. ¡Que
para eso era único y secreto, qué coño! Sólo podemos utilizar las fotocopias
que furtivamente se hicieron en su momento…
…pues,
a pesar de la ausencia documental a veces afloran evidencias que señalan a los
criminales de manera inequívoca. Es el caso del asesinato de Andrés Silva
Lobato, trabajador de la Sociedad Española de Construcciones Navales, que
—según informaba Enrique García Escribano, Agente Jefe de la Comisaría de
Investigación y Vigilancia de San Fernando, en junio de 1937— había sido vocal
del Comité Local del Partido Comunista de la ciudad, y en enero de 1936 formó
parte del comité que organizó un acto electoral presidido por Esteban Salamero
Bernal, y que tuvo autorización gubernativa.
Detalle de la página 14 del Libro Único y
Secreto.
Y
eso era un crimen para los salvadores de
la Patria. Pertenecer a un partido del Frente Popular y señalarse
abiertamente, implicó una bala en el corazón junto al muro suroeste del
cementerio de San Fernando, un tiro de gracia en la cabeza y una patada al borde
de la fosa común para que el cuerpo rodara hasta el fondo. Los rojos, esos disolventes de la patria, no
merecían otra cosa.
El
dos de septiembre de 1936 detuvieron a Silva Lobato por orden del teniente
coronel Ricardo Olivera Manzorro, Comandante Militar de la Plaza y máximo
responsable de la represión desplegada en San Fernando desde el 18 de julio. Encerraron
a Silva Lobato en la prisión de partido de San Fernando y le abrieron un
expediente procesal incompleto. Eran tantos los detenidos en ese mes de
septiembre que muchos de los datos quedaron en blanco. Ese mismo día, Olivera
Manzorro ordena trasladarlo al Penal Naval Militar de la Casería de Osio: «A la
presentación de este escrito se servirá V. entregar al detenido Andrés Silva
Lobato para ser trasladado al Penal de la Casería», le ordenaba al director de
la prisión de partido. La escolta de infantes de marina estuvo mandada por A.
López y condujo al detenido hasta el Penal de la Casería. Dos días después lo sacan al amanecer, junto a siete
compañeros más, Pedro Arroyo Utrera, Francisco Cosme Alonso (taxista), Juan
Espinosa de los Monteros Pérez (capitán de Infantería de Marina), Félix
Fernández Coco (fresador), Ángel León Ciordia (empleado del ayuntamiento), Juan
Valverde Colón (conserje) y Francisco Villegas Oliva (maestro carpintero)… y
los fusilan junto al muro del cementerio de la ciudad. A todos ellos les
aplican lo que las nuevas autoridades llaman Ley de Guerra, una burda excusa
para exterminar sin complejos cualquier asomo de disidencia… ya lo había
anunciado el Director Mola en sus
directivas, que el golpe habría de ser en extremo violento. Y lo cumplieron con
creces.
El
cura que presenció el asesinato de Andrés apenas anotó que vivía en la calle
Jesús de San Fernando, que era feligrés de la Iglesia Mayor y que le aplicaron
la Ley de Guerra. No indica si confesó o recibió sacramentos. Silva Lobato fue
tirado de forma irrespetuosa en la fosa común que abrieron los represores en la
zona civil del cementerio municipal. Su viuda, Petra Barroso Medina, madre de
cinco huérfanos, no logró inscribir la muerte de su marido hasta junio de 1945…
Un muerto y seis víctimas vivas.
Entre julio de
1936 y marzo de 1937, mientras Ricardo Olivera Manzorro fue Comandante Militar
de la Plaza de San Fernando, y máxima autoridad en la ciudad, se cometieron
cerca de doscientos asesinatos con la estética de fusilamientos judiciales. El
6 de marzo de 1937 el teniente coronel Ricardo Olivera Manzorro fue nombrado, por
el Excmo. Ayuntamiento, Hijo Predilecto de la Ciudad de San Fernando debido a
la «…acertada y patriótica actuación […] desde el
instante mismo en que diera comienzo en nuestra querida España el Glorioso
Movimiento Nacional, evitando con su rápida y decidida intervención en la histórica
tarde del 18 de julio, que en San Fernando [no] imperase ni siquiera por unos
minutos el terror marxista que tan dolorosas consecuencias tuvo en las
poblaciones que fueron más tarde liberadas por el Glorioso Ejército Salvador…»
Efectivamente, el
único terror que imperó en San Fernando fue el que impusieron los militares y
fascistas que tomaron el poder. Fue el terror que exterminó a Andrés Silva Lobato,
a sus siete compañeros de paredón y a los cerca de doscientos fusilados en San
Fernando que siguen sin memoria y sin dignidad…
No hay comentarios:
Publicar un comentario