Hay en San Fernando, a orillas de la Bahía de Cádiz, muy cerca de la llamada Casería de Osio, un cementerio olvidado pero lleno de historias y de algún héroe anónimo[1].
Cuando en agosto
de 1812 los franceses levantaron el sitio a las Islas Gaditanas —un cerco
militar iniciado en febrero de 1810 que acosaba el último reducto de la España
libre—, en el Cementerio de San Carlos[2] se
habían inhumado novecientos cinco soldados y marineros españoles. Todos ellos muertos
por heridas o enfermedad en un hospital militar provisional que se había
habilitado, en febrero de 1809, en el Cuartel de la Nueva Población de San
Carlos, antigua Isla de León (actual ciudad de San Fernando, Cádiz)[3].
Esos hombres,
soldados y marineros, habían muerto defendiendo la independencia del último
trozo de España (San Fernando y Cádiz) que permanecía al margen de la
dominación napoleónica, ciudades donde se habían refugiado la Regencia del Reino y, a partir de
septiembre de 1810, las Cortes Generales. Fueron hombres que dieron su vida
mientras a sus espaldas se discutía y gestaba la primera constitución española,
la de 1812, que inició una profunda transformación de la sociedad española y
americana, y un larguísimo proceso —que se arrastró durante todo el siglo XIX— para
superar el Antiguo Régimen. La muerte de estos hombres no fue, por tanto, un
sacrificio inútil, ni merecen el olvido en el que han permanecido hasta el
momento.
Actualmente el
cementerio donde reposan estos españoles es un Sitio Histórico vinculado al Legado Patrimonial de los Lugares de las Cortes y la
Constitución de 1812 en San Fernando, Cádiz y la Bahía[4], declarado Bien de Interés Cultural y, pese a ello, es un lugar abandonado, en ruinas y con una historia
olvidada. No conserva cruces, lápidas ni epitafios. Es un camposanto totalmente
olvidado e ignorado por casi todos. Irreconocible como tal porque ha perdido
todas las señas propias de lo que fue. Sus muros se han ido cayendo piedra a
piedra a lo largo de las últimas décadas[5].
Y, por supuesto, ningún hito físico recuerda la gesta de estos hombres cuyos
restos permanecen ahí enterrados.
Pero no sólo los
defensores de la primera Constitución reposan en el Cementerio de San Carlos.
Hoy se conocen los nombres, apellidos y condición militar de trescientos trece
prisioneros franceses que tuvieron el dudoso honor de ser los primeros usuarios
de este camposanto. Fueron marineros al mando de vicealmirante Rosily y
soldados del general Dupont, derrotados en Bailén.
Los primeros
procedían de la escuadra gala rendida en la batalla de la Poza de Santa Isabel,
el 14 de junio de 1809. Eran marinos y marineros que sobrevivieron a la derrota
franco-española de Trafalgar, que desde octubre de 1805 —bloqueados por la
flota inglesa— habían permanecido como aliados en el puerto de Cádiz. Sin
embargo, los sucesos del 2 de mayo de 1808 en Madrid los convirtieron de la
noche a la mañana en enemigos… y el último recurso de Rosily, imposibilitado para escapar a mar abierto
donde esperaba el inglés, fue fondear su escuadra en mitad de la Bahía de Cádiz.
Pero el acoso español, y la imposibilidad de recibir ayuda exterior, obligaron
al almirante francés a rendirse. Más de tres mil marinos franceses fueron
presos ese día.
Por otro lado,
los 17.500 prisioneros tomados en Bailén en julio de 1808, soldados del general
Dupont, fueron llegando a la bahía de Cádiz, y encerrados en pontones
insalubres donde padecieron insufribles penalidades.
Para paliar las
enfermedades de estos hombres se dispusieron dos hospitales provisionales. En Cádiz, el de la
Segunda Aguada. En la Isla de León, se adecuó para tal fin una zona del Cuartel de la Nueva
Población de San Carlos. Asociado a este último nosocomio, se habilitó un
cementerio donde enterrar con discreción e inmediatez a sus pacientes muertos. Como
ya se ha dicho, al menos trescientos trece prisioneros franceses, fallecidos en
el hospital de San Carlos entre agosto de 1809 y febrero de 1810 reposan en el viejo
cementerio. Hoy, ni lápidas ni epitafios los recuerdan.
Aquellos fueron
los primeros. Los siguientes son los novecientos cinco españoles que
defendieron la independencia española entre 1810 y 1812, los mismos que
propiciaron con su sacrificio la génesis de la constitución liberal de 1812; la
que en su artículo 13º proclama que la
felicidad de la nación, y el
bienestar de los individuos que la componen, es el objeto del gobierno. Pero no
fueron los últimos. A
lo largo del siglo XIX y la primera década del siglo XX, más de 5792 ciudadanos
adscritos a la jurisdicción castrense fueron inhumados en este cementerio. La
inmensa mayoría, soldados y marineros. Unos fueron defensores de causas liberales, y otros
murieron defendiendo monarquías absolutas durante un convulso siglo XIX. Los hay
cantonalistas y los hay que murieron camino de las colonias de ultramar.
Incluso hay muertos que se quedaron sin patria por la que luchar y morir: los
que volvieron después de perder Cuba y Filipinas. Hay enterradas monjas de la
caridad, también niños, mujeres, personal de la maestranza del Arsenal de la
Carraca, bogadores de faluchos, inválidos de Marina, capellanes, cocineros,
médicos, aprendices de múltiples oficios, presos de la jurisdicción ordinaria, sirvientes
del colegio naval militar, prisioneros carlistas; cabos de vara[6],
desterrados y confinados políticos en el Penal de Cuatro Torres, insurgentes
cubanos, hay tres ajusticiados a pena de horca y descuartizamiento posterior, y
posiblemente haya enterrados un número indeterminado de republicanos fusilados
durante la guerra civil. Muchos muertos sepultados
en este cementerio como para que siga olvidado y en ruinas.
Pero no nos engañemos, además de los franceses enterrados, la realidad es que estos ciudadanos fueron españoles del siglo XIX que
vivían y morían en un país anclado en una profunda incultura y miseria. En el
cementerio de San Carlos no reposan marinos ilustres, ni soldados ilustrados.
Difícilmente estos hombres empeñaron su vida por ideas o ideales propios, más
bien cayeron por ideas o ideales de otros.
Y, sin embargo, todos ellos tienen un factor común: murieron
mientras vestían el uniforme militar de la nación que les tutelaba: España. Todos
estos muertos han contribuido de alguna manera a que cada uno de nosotros hoy seamos
conscientes de pertenecer a una patria.
Conclusión
Después de recuperar la historia olvidada de este
cementerio ya no deberíamos hacer caso omiso de estas piedras ni de esta historia. De una u otra forma es nuestra obligación
darle a este lugar la importancia que merece. No es la importancia
subjetiva que cada uno interprete, no, hay una
importancia objetiva inherente al objeto patrimonial, en este caso un viejo
cementerio de soldados.
Porque un cementerio de soldados exige la obligación ineludible de
cumplir con un acuerdo tácito: ellos, los
soldados, entregan la vida si es preciso (y no solo hablamos de muertes heroicas
en el campo de batalla, no es eso, porque la inmensa mayoría de estos hombres murieron
de tisis y disentería en la cama de un
triste hospital) y a cambio, la nación que los tutelaba, les entregaba un
pedazo de tierra para descansar dignamente. Ese era el trato: ellos daban la
vida mientras vestían el uniforme de su patria, y la nación les garantizaba a
cambio un pedazo de tierra donde caer muertos.
Y así se hizo en este cementerio hasta
que el olvido extinguió el compromiso. A partir de entonces, nadie se ha preocupado por cumplirlo…
…hasta hoy. Una vez recuperada la historia y las
circunstancias de este cementerio de soldados, no podemos ignorar nuestra responsabilidad. Entre todos —ciudadanos, representantes políticos y autoridades militares—, deberíamos cumplir con nuestra parte
del trato: asegurarles un pedazo de tierra digno, reconocible e identificable donde se les puede recordar.
Se lo debemos.
[1]
Este artículo es una consecuencia del libro titulado Un camposanto sin epitafios. (Anotaciones para la historia del
Cementerio de San Carlos), de Miguel Ángel López Moreno. Editado en San
Fernando, @MilanLoMo - 2016. Es un libro
que recupera los orígenes e historia de este olvidado cementerio castrense situado
en un extremo de la Población Militar de San Carlos, en un claro intento de
integrar en la ciudad este objeto patrimonial e histórico. Más información en:
[2]
A falta de una historiografía para este cementerio, en la ciudad de San
Fernando se le conoce popularmente de distintas formas: Cementerio de los
Franceses, de los Ingleses, de la Casería de Osio, de San Carlos, Militar y de
los Soldados.
[3] El Hospital de San Carlos ha
permanecido bajo jurisdicción militar hasta 2013. Ese año pasó a depender del
Servicio Andaluz de Salud.
[4] El Boletín Oficial de
la Junta de Andalucía (BOJA)
publicó el 15 de Marzo de 2012 la inscripción oficial en el Catálogo General
del Patrimonio Histórico Andaluz del llamado ‘Cementerio de los ingleses’ como
Bien de Interés Cultural (BIC), con la tipología de sitio histórico, en el
legado patrimonial de los lugares de las Cortes y la Constitución de 1812 en
San Fernando, Cádiz y la Bahía.
[5]
Si bien es cierto que el Ministerio
de la Defensa, como titular de los terrenos, ha propiciado una intervención
puntual en mayo de 2016 para evitar el desplome de los muros que quedan en pie.
[6]
Nos referimos a Cabos de
Vara del Penal de Cuatro Torres del Arsenal de la Carraca, una especie de
capataz entre los penados. La vara que lo identificaba no sólo era un símbolo
de autoridad, sino herramienta disuasoria.
3 comentarios:
Enhorabuena Miguel Ángel y Muchas Gracias por compartir otro gran trabajo.
Lo primero ehorabuena por presentarnos este trabajo tan dignamente y segundo que ojalá sirva para que alguna vez la burrocracia legendaria de este país desmemoriado ponga algún recordatorio como este en el lugar.
Una buena cronica de la historia de España que forma ya parte de la historia y que no se debe olvidar. Gracias por recordar.
Gracias, amigos. Vuestras palabras animan.
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