Una persona que escuche Hey Jude no puede mala gente. Llevaba los pinganillos sobre los hombros, a toda pastilla, por eso me llegaron los compases de McCartney al pasar... ese se va a quedar sordo antes de los cuarenta, sentenció mi compi. Y si tiene razón -que la suele tener-, al chico le deben quedar unos veinte años de audición sana.
Cargaba un paquete de seis botellas de agua, a litro y medio cada una, son un mínimo de nueve kilos... sujetos por un asa de plástico que se rompió. Las botellas rodaron por el suelo otoñal y el chico se quedó sorprendido con el asa de plástico en la mano...
Ese día soplaba levante en la Isla de León, y cuando eso ocurre, las calles se llenan como por ensalmo de plásticos arremolinados en cualquier sitio. No sé cómo ocurre, pero es rolar a levante y, donde antes había una relativa pulcritud, de inmediato se colma de basura. Y como, además, es noviembre, las hojas secas llenaban las aceras de la vieja ciudad.
Y si es cierto que el dinero llama al
dinero, la basura también llama a la basura... Podemos poner empeño en no
ensuciar un lugar limpio, pero no merece la pena esforzarse cuando nos rodea el
desorden y la suciedad. La acera estaba hecha un estercolero. Volaban bolsas de
plástico, hojas secas, papeles de periódico desestructurados, servilletas de la
cafetería. ¿Qué más da añadir un asa de plástico a tal maraña?
Me quedé mirando al chico de los
pinganillos por el hombro. Desde la relativa distancia, oí a McCartney
comenzar el éxtasis final de Hey Jude... ¿Qué hará el chico con el asa de
plástico? Le di un codazo a mi compi y le dije: lo va a tirar al suelo, lo va a tirar...
El chico se colocó los pinganillos en
las orejas, se metió el asa de plástico en el bolsillo y recogió las botellas…
Na-naaa, na-na-na-na-NAAA… Hey Jude.
Ya digo, una persona que escuche esto no puede ser mala gente. ¡Aún hay esperanza!
No hay comentarios:
Publicar un comentario