martes, 16 de septiembre de 2014

Crónicas de un viaje al País Vasco: Gastón y Katalintxu


Buena parte de la costa del País Vasco es agreste. Una punta sucede a otra en una linea litoral quebrada. A veces, los acantilados se abren a rías profundas que se remansan al fondo en playas arenosas. Y entre estas y las laderas de la montaña, se cobijan pequeños pueblos marineros.


Entre Zumaia, Deba y Mutriku la costa se hace espectacular. Los plegamientos tectónicos han colocado las capas de sedimentos horizontales de forma vertical. Pero no sólo eso, el mar las ha erosionado hasta formar una ‘rasa mareal’ accesible que parece una milhoja de capas pétreas. En bajamar es posible atravesar cien millones de años de estratos rocosos en unos cuantos pasos humanos, como si paseáramos sobre el gigantesco costillar de una ballena. Lo han llamado Geoparque, y constituye un atractivo turístico-científico digno de imitar.

Cerca de Deba, en un mirador desde el que se aprecian estas formaciones geológicas –Flysch las llaman-, conocimos la historia del triste amor entre Gastón y Katalintxu. Se relata en cuatro expositores de cerámica que permanecen impecables. Ningún gamberro ha roto una sola de las losetas, ni siquiera las han garabateado con un infame grafiti. Me avergüenza sorprenderme de esta normalidad porque, de donde vengo, estos expositores estarían sucios y destrozados… Desgraciadamente los valiosos conceptos de lo común y lo público no existen para muchos descerebrados.

Cuenta esta leyenda que en las playas de Deba apareció malherido un naufrago francés llamado Gastón, hijo de un malvado noble —además de eso, los franceses habían dejado tal estela de destrucción cuando se retiraron del País Vasco en 1813 que, en consecuencia, el odio que despertaban estaba a flor de piel—. Los pescadores del lugar estaban a punto de rematar al francés cuando apareció en la playa la hilandera de Deba, una viuda muy respetada en el pueblo, con su hija Katalintxu. Se apiadaron del joven y convencieron a la turbamulta para que respetaran su vida. Lo llevaron a su casa y lo cuidaron mientras sanaba de las heridas… y mientras tanto floreció un apasionado amor entre Gastón y Katalintxu. En estas estaban cuando apareció un enviado de la familia exigiendo a Gastón que regresara a su casa, so pena de ser desheredado y considerado traidor a Francia. Los jóvenes no tuvieron más remedio que separarse, pero se juraron amor eterno… Katalintxu enfermó de pena. Tan mal estaba la joven que la hilandera, temiendo por la vida de su hija, emprendió viaje a Francia, en busca de Gastón. Pero cuando llegaron conocieron la triste noticia… el joven había muerto en combate. La tristeza de Katalintxu fue tal que para cumplir su promesa de amor eterno, murió de pena días después… Y desde entonces la hilandera dedicó el resto de su vida a rezar ante la tumba de su hija mientras hilaba con una rueca. Y en la iglesia parroquial de Deba dicen que permanece la rueca…


Costa del País Vasco, entre Zumaia y Mutriku

No está mal visitar iglesias… aunque sea para buscar tristes ruecas. Visitar iglesias, mezquitas o sinagogas, también es una buena forma para comprender de lo que son capaces hombres poderosos en su afán de conquistar y mantener su poder. Pero puestos a elegir, uno prefiere dejar pasar el tiempo frente a estos otros monumentos naturales, que también nos empequeñecen y nos recuerdan lo humildes que debemos ser… pero esta vez de verdad.


1 comentario:

Mark de Zabaleta dijo...

Un viaje realmente interesante. Todo un descubrimiento!

Saludos