La casa de Luisa es simple y está rodeada de árboles frutales. Es un oasis en mitad de un bosque de alcornoques. Hay un enorme nogal y una gigantesca higuera que regalan una sombra fresca sobre la mesa y el poyete. Dice Luisa que este año apenas han salido nueces, pero que la higuera ha sido generosa.
El camino para llegar no es muy conveniente para coches delicados. Pero es un vergel. Acompañan el camino chumberas coronadas de higos-chumbos maduros. Miguel, que no es hombre de campo, es más bien urbanita voluntarioso, los coge con cuidado y, para no pincharse con las púas, los pela con navaja y tenedor. Y siguiendo el carril, más allá de su casa, hay decenas de membrilleros, que, como estamos en el veranillo de San Miguel, están todos en sazón… las ramas saltan las cercas cargaditas de frutos y tapizan el camino de membrillos-gamboas que nadie recoge. Los hombres urbanos, que solo los vemos amontonados en el mercado con el precio encima, nos quedamos sin palabras...
El hombre venido a menos ha dormido la siesta tumbado sobre la hierba, debajo de un caki, con un zapato por almohada, como cuando era de la OJE. Hay muchos cakis por allí. Son de los de siempre, de los que hay que comerlos muy maduros, que casi se rompen con solo tocarlos. Me comí dos para la merienda, sin remilgos, que la pulpa me llegó hasta los codos… la pena fue que el último higo-chumbo —el de la vergüenza— me lo comí a continuación de los cakis y apenas noté su dulzor.
¡Que pena que el ciruelo que tiene Luisa estuviese pasado! Por eso me llevó a la huerta de su vecino, que tiene varios ciruelos tan cagados, tan cargados, que no da abasto a recogerlos. Dice el vecino que tantas han dado, que los asilos de ancianitos de Cortes y Ubrique están jartitos de sus ciruelas… Eran ciruelas de un precioso color ciruela, como Dios manda. Y llenamos dos cestas de mimbre en un momento... No cojáis las del suelo, no cojáis las del suelo, decía el vecino. Además de nueces, cakis, chumbos, membrillos y ciruelas, comí acerolas (que allí les llamas asofaifas) y tomatitos sherry, que son tan pequeños que perecen cerezas… y no le caían muy simpáticos al hombre porque dice que crecen fuera de su control, y que si las abejas polinizan los tomates corazón de toro —que son unos tomates grandes y retorcidos, que pueden pesar hasta un kilo— con el polen de los sherry, entonces le salen tomates corazoncitos de pollo. Y no está dispuesto el hombre. Por eso los arrancó como el que quita mala hierba y me los regaló …esto na más que con una chispita de sal y mijita aceite de oliva y tiene usté una cena la mar de apañá. Tuvo razón el vecino.
Hablamos varias veces durante la tarde… hasta ese día no me había dado cuenta, pero empecé a descubrir lo guapísima que es Luisa.
Al atardecer nos marchamos. Cada uno cargaba dos calabazas y varias bolsas de fruta. La generosidad de la gente del campo no tiene precio… le di un abrazo a Luisa. No sé si se percató de que fue un abrazo un poco más largo y un poco más apretado de lo que debiera ser…
El camino para llegar no es muy conveniente para coches delicados. Pero es un vergel. Acompañan el camino chumberas coronadas de higos-chumbos maduros. Miguel, que no es hombre de campo, es más bien urbanita voluntarioso, los coge con cuidado y, para no pincharse con las púas, los pela con navaja y tenedor. Y siguiendo el carril, más allá de su casa, hay decenas de membrilleros, que, como estamos en el veranillo de San Miguel, están todos en sazón… las ramas saltan las cercas cargaditas de frutos y tapizan el camino de membrillos-gamboas que nadie recoge. Los hombres urbanos, que solo los vemos amontonados en el mercado con el precio encima, nos quedamos sin palabras...
El hombre venido a menos ha dormido la siesta tumbado sobre la hierba, debajo de un caki, con un zapato por almohada, como cuando era de la OJE. Hay muchos cakis por allí. Son de los de siempre, de los que hay que comerlos muy maduros, que casi se rompen con solo tocarlos. Me comí dos para la merienda, sin remilgos, que la pulpa me llegó hasta los codos… la pena fue que el último higo-chumbo —el de la vergüenza— me lo comí a continuación de los cakis y apenas noté su dulzor.
¡Que pena que el ciruelo que tiene Luisa estuviese pasado! Por eso me llevó a la huerta de su vecino, que tiene varios ciruelos tan cagados, tan cargados, que no da abasto a recogerlos. Dice el vecino que tantas han dado, que los asilos de ancianitos de Cortes y Ubrique están jartitos de sus ciruelas… Eran ciruelas de un precioso color ciruela, como Dios manda. Y llenamos dos cestas de mimbre en un momento... No cojáis las del suelo, no cojáis las del suelo, decía el vecino. Además de nueces, cakis, chumbos, membrillos y ciruelas, comí acerolas (que allí les llamas asofaifas) y tomatitos sherry, que son tan pequeños que perecen cerezas… y no le caían muy simpáticos al hombre porque dice que crecen fuera de su control, y que si las abejas polinizan los tomates corazón de toro —que son unos tomates grandes y retorcidos, que pueden pesar hasta un kilo— con el polen de los sherry, entonces le salen tomates corazoncitos de pollo. Y no está dispuesto el hombre. Por eso los arrancó como el que quita mala hierba y me los regaló …esto na más que con una chispita de sal y mijita aceite de oliva y tiene usté una cena la mar de apañá. Tuvo razón el vecino.
Hablamos varias veces durante la tarde… hasta ese día no me había dado cuenta, pero empecé a descubrir lo guapísima que es Luisa.
Al atardecer nos marchamos. Cada uno cargaba dos calabazas y varias bolsas de fruta. La generosidad de la gente del campo no tiene precio… le di un abrazo a Luisa. No sé si se percató de que fue un abrazo un poco más largo y un poco más apretado de lo que debiera ser…
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