viernes, 13 de septiembre de 2013

El inquietante concepto del YPAKE

A veces es difícil entenderse con otra persona. Los que saben de estas cosas opinan que si no tenemos cubiertas las mismas necesidades vitales, es decir, si no compartimos el mismo nivel de realización humana, la comunicación entre las personas se resiente (véase la Pirámide de Maslow) Dicho de otro modo –y perdón por el burdo ejemplo-, no intentemos hablar de arqueología con un señor que se está ahogando porque es inútil, el hombre sólo quiere respirar.

La pregunta con la que cerramos el artículo anterior es otro ejemplo de esa dificultad. El suegro de mi amigo le preguntaba: ¿PARA QUÉ? (En concreto, la pregunta era: ¿Y pa qué cohone gastarse un euro en estas tonteríasobservar el paso de espátulas por el estrecho si lo que quiere la gente es trabajá?)
No sé… me temo que esta pregunta despreciativa es consecuencia de una concepción economicista de la realidad: “…si no hay beneficio inmediato no puede hacerse”. Este es el dogma central del sistema neoliberal que nos gobierna. Es, además, un sistema de valores que nos está robando conceptos sobre los que construir un discurso alternativo. Esta sociedad actual —construida encima de ese dogma— nos encamina a la inacción y nos cierra el camino al conocimiento porque el conocimiento rara vez ofrece beneficios inmediatos.
Frente a ello, nuestra cuestión es otra. Los que “pierden el tiempo” en laTorre del Puerco observando cómo saltan las espátulas hacia África, se preguntan ¿POR QUÉ? Investigar el por qué de las cosas ha hecho progresar a la humanidad en todos los sentidos. Yo no sé… pero si en los distintos tiempos históricos hubiese prevalecido la otra pregunta…
¿PARA QUÉ ponerse a pensar si lo que necesitamos son tierras conquistadas y esclavos que nos sirvan? Y entonces nos habríamos cargado de un plumazo el discurso de Sócrates, Platón, Aristóteles y Pitágoras. O ¿PARA QUÉ ponerse a mirar estrellitas si lo interesante es buscar herejes y quemarlos en la hoguera, como Dios manda? Y entonces no tendríamos el conocimiento de Galileo, Keppler, Newton, Servet… También podríamos preguntarnos ¿PARA QUÉ escribir novelitas mientras nos invaden los infieles? Y no tendríamos a Shakespeqre, Cervantes, Neruda y los miles de sueños escritos.
Y sin estos hombres (y otros miles como ellos) seguiríamos siendo una humanidad pueril, apegada a la superstición y destripando terrones para dar el trigo al amo de turno… El conocimiento, como respuesta a las preguntas adecuadas, nos eleva de la mediocridad y nos hace libres.
Por el contrario, con la insidiosa pregunta impedimos el impulso cognitivo de cientos de miles de investigadores anónimos en todos los campos del saber. Las trabas al conocimiento son propias de sociedades obtusas, catetas y grises… y de hecho es lo que está pasando de nuevo con esta crisis-revolución neoliberal que nos esclaviza.
Preguntar ¿PARA QUÉ? en lugar de ¿POR QUÉ? nos lleva invariablemente a ese tétrico convencimiento carpetovetónico “¡Que inventen ellos!”, que nosotros ya servimos cerveza en las terrazas.
Este artículo está inspirado en el suegro de mi amigo, al que conocí hace poco en la Torre del Puerco, que me enseñó el inquietante concepto del “ypaké”


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