lunes, 14 de enero de 2013

Aurora boreal en espiral


Sí, es una bella imagen. Yo les dije que a pesar de los hombres, de sus absurdos inventos y de sus malas artes, vivíamos en un planeta estupendo... ¡De momento!

Y mi viejo amigo Santiago dice con resignación y rabia que esta belleza queda muy lejos de la triste realidad que vivimos… Y mi amiga doña Gudea de Lagash pone el énfasis en la provisionalidad de la belleza que aún podemos disfrutar en este planeta, siempre amenazada por algunos hombres sin corazón.
Y tienen razón. No sé… de alguna forma los tres hemos imbricado la belleza, el planeta y la condición humana con un halo de pesimismo. Pareciera tal vez que caminamos hacia un mundo en el que sólo lo económicamente rentable es útil. Que la belleza sólo importa si produce beneficios. Pareciera que este neoliberalismo que nos gobierna —que no es más que el viejo capitalismo salvaje— sólo entiende de ‘cosificar’ los valores que teníamos para venderlos al mejor postor. Y esto es intrínsecamente miserable.
El capitalismo es una inconmensurable paradoja. Es un depredador capaz de generar enormes riquezas, y al mismo tiempo provocar inmensos pozos de miseria. Agiganta la desigualdad entre unos pocos favorecidos y una inmensa mayoría de condenados a la pobreza. Los que abrazan esta teología —digo teología, y digo bien— pueden perpetrar este crimen porque en el proceso, sus teorías y sus praxis, desvanecen los valores que elevan a los hombres a la condición de seres humanos… y unos hombres sin más valores que la búsqueda del beneficio económico no son sujetos dignos de una civilización. El capitalismo es incompatible con una forma decente de vivir, incompatible con la democracia porque ‘cosifica’ a los ciudadanos hasta convertirlos en meros parámetros económicos, en cosas prescindibles…
El neoliberalismo es para depredadores. Yo aspiro a otra condición para los hombres.

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