Camino de Irati / 2 de 4
Sigüenza es un precioso pueblo de Guadalajara. Conserva plenamente su estructura medieval. Castillo, catedral, iglesias, palacios, palacetes, murallas. De engalanarlo se encargaron los obispos, que eran los señores feudales del lugar y contaban con enormes recursos que extraían de las tierras y de la pobreza de la gente… que para eso estábamos en el Medievo, en una sociedad feudal y, para colmo, el poder emanaba directamente de Dios. ¿Y quién gestionaba las cosas de Dios? Sus eminencias los señores obispos, por supuesto.
Construyeron una catedral inmensa. La verdad es que sorprende encontrar esa mole de piedras góticas en mitad de un pueblo de 4000 habitantes…
…el sol ya ha caído cuando entramos, y nadie hay en la catedral de Sigüenza. Las vidrieras apenas refulgen. Ninguna feligresa reza el rosario en solitario. Alguien toca el órgano en el corazón de la catedral, bajo una lucecita que apenas ilumina el teclado. El sonido es espléndido, se esparce por las cúpulas góticas con el eco justo. Parece que ensayara un concierto de música sacra. Sobrecogedora la soledad del lugar y del momento. Y uno imagina la impresión del pobre diablo que hace 500 años vivía para destripar las tierras del señor obispo y para entregarle la cosecha… lo imagino viviendo de prestado en una choza de adobe rojizo, acosado por la superstición y sin más conocimiento que el que extrae con sus manos. Lo imagino cuando entra en esta catedral rodeado de vaharadas de incienso para amortiguar su propio olor a cabra. Imagino su estupor frente a la riqueza de esos hombres vestidos de ricas ropas de colores nobles que entonan la música del cielo, y piensa… “Si esta es la casa de Dios, entonces el poder de Dios es inconmensurable”.
Hoy, frente a la catedral de Sigüenza, sobrevive otro templo… este es muy pequeño y muy distinto. No huele a piedra húmeda, ni lo atienden hombres de ricos ropajes. La Librería Rayuela huele a papel y a libro. La guapa librera, en lucha contra la crisis, ha colgado una pizarra en la calle y, con tizas de colores, pregona su mercancía: LIBROS.
Y uno se pregunta: “¿Qué mundo tendríamos hoy si el enorme esfuerzo entregado a la superstición se hubiera empleado en difundir el conocimiento y en fomentar la razón?”
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