Mari Cholis descansa en el punto más alto de la provincia, a la sombra de un ciprés; con una vista amplia… La mayor parte del tiempo los ojos de Mari Cholis eran celestes. Pero no siempre. A veces, no se sabe cómo ni por qué, se volvían verdes. Verde o celeste, como la hierba y el cielo de su paisaje eterno. Y nunca se sabía con qué ojos te iba a mirar… a lo mejor era porque tenía algo de meiga gallega. Puede ser…
…pero las meigas son de otro mundo. El suyo era un mundo más íntimo; de susurros y miradas directas a los ojos. Las meigas son de un mundo húmedo y fresco que busca la tibieza del brasero en mitad de la cocina. El de las meigas es un mundo de olores a hierba recién cortada y aromas acres de aprisco. No, no creo que Mari Cholis hubiera entendido el mundo que tenemos hoy (deuda, déficit, PIB, BCE, troika, recesión, iphone, tablet, prima de riesgo…) Ya no era el suyo... ni falta que le hacía.
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