El acompañante ha vivido diez días en un hospital público de Andalucía. Acompaña a un familiar cercano, grave, convaleciente de un infarto detectado en urgencias y tratado durante tres días en la UCI. Luego vino la rutina vigilada en una habitación de hospital compartida con otra paciente. Es una habitación luminosa, con teléfono, limpia, moderna, con camas impecables y complejas. Todos los días la limpian unas señoras amables, con una palabra de ánimo… las enfermeras también tienen una palabra de cariño y cercanía (a unas se les nota más que a otras que es un cariñó profesional, pero se agradece igualmente) No paran de entrar y salir para atender el protocolo de cada enfermo. Los hay muy exigentes, que protestan por casi todo, y los hay discretos. La planta tiene las dieciséis habitaciones ocupadas.
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El acompañante ya sabe que hay noventa y seis pasos desde la escalera de incendios hasta la puerta de secretaría. Que hay un ascensor clausurado, una habitación que no se usa y alguien siempre se deja la luz encendida (el acompañante está harto de apagarla) Que hay doce cuadros de paisajes idílicos en las paredes del pasillo. Que en la 607 se reúnen demasiados visitantes, y vocean cada vez más alto, pero es la excepción. Que nadie fuma, ni en los descansillos de la escalera. Que la comida es excelente y los enfermos —si la patología lo permite— pueden elegir la comida del día siguiente entre varios platos posibles. Ha aprendido la rutina hospitalaria. No hace falta usar el reloj. En diez días hay tiempo para todo. El acompañante también ha conocido a las tres compañeras de habitación de su familiar… han sido tres mujeres mayores, sencillas, de las que no podrían pagarse una sanidad privada porque la privada es un negocio que necesita ser rentable y eso, al final, es incompatible con el servicio público. Son tres historias largas, densas, para escribir un libro. Son tres mujeres muy distintas. Nadie diría que atesoran tanta fuerza sin ellas saberlo… ¿Por qué no van a merecer la mejor sanidad posible?
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El acompañante se siente orgulloso de haber conquistado una Sanidad Pública como esa, digna y capaz de atender a personas normales, las que se ven en calles y plazas. No es perfecta, ya se sabe, pero es una enorme conquista social que nos dignifica a todos. Sí… el acompañante acaba entendiendo que hay algo muy obsceno cuando alguien exige dinero para curar a un enfermo; que hacer negocio con el malestar de la gente es éticamente deplorable. Ya sabemos que el poderoso puede pagarse la mejor clínica privada porque cree que es ahí donde se aplica la mejor sanidad, lo que tenemos que meternos en la cabeza de una jodida vez es que cualquiera de nosotros merece y tiene derecho a la misma mejor sanidad que el poderoso… porque para eso tenemos un Estado, para que ampare al ciudadano de la calle y nos devuelva nuestra aportación a la sociedad en forma de sanidad, educación y servicios sociales dignos y mejores.
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Por eso al acompañante le asquea que el rey de España desprecie la Sanidad Pública de su país —¿se podría esperar otra cosa?— y trate sus reales enfermedades en clínicas para ricos. Y quien dice 'rey', dice 'político' de uno u otro sesgo que aparenta defender lo público, pero manda a sus hijos a clínicas y colegios privados. Debe ser porque se piensan privilegiados y merecedores de lo mejor, y no se fían ni de la sanidad ni de la educación públicas que tenemos los demás españoles. El acompañante no soporta esa ínfula de los que se sienten privilegiados y piensa que es una obscenidad que los políticos -que deberían amparar a los ciudadanos- defiendan que lo primero es controlar el déficit.
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Piensa el acompañante que quien apueste decidida y realmente CONTRA las medidas que recortan lo público tendrá su voto el 25 de Marzo en Andalucía… el problema es que los políticos en campaña suelen parecer oligofrénicos que nos tratan como a imbéciles. Piensa que por más votos que reciban los partidos, no se va a sentir representado. Ni por asomo…
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¿Cuántos seremos los No Representados?
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El acompañante ya sabe que hay noventa y seis pasos desde la escalera de incendios hasta la puerta de secretaría. Que hay un ascensor clausurado, una habitación que no se usa y alguien siempre se deja la luz encendida (el acompañante está harto de apagarla) Que hay doce cuadros de paisajes idílicos en las paredes del pasillo. Que en la 607 se reúnen demasiados visitantes, y vocean cada vez más alto, pero es la excepción. Que nadie fuma, ni en los descansillos de la escalera. Que la comida es excelente y los enfermos —si la patología lo permite— pueden elegir la comida del día siguiente entre varios platos posibles. Ha aprendido la rutina hospitalaria. No hace falta usar el reloj. En diez días hay tiempo para todo. El acompañante también ha conocido a las tres compañeras de habitación de su familiar… han sido tres mujeres mayores, sencillas, de las que no podrían pagarse una sanidad privada porque la privada es un negocio que necesita ser rentable y eso, al final, es incompatible con el servicio público. Son tres historias largas, densas, para escribir un libro. Son tres mujeres muy distintas. Nadie diría que atesoran tanta fuerza sin ellas saberlo… ¿Por qué no van a merecer la mejor sanidad posible?
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El acompañante se siente orgulloso de haber conquistado una Sanidad Pública como esa, digna y capaz de atender a personas normales, las que se ven en calles y plazas. No es perfecta, ya se sabe, pero es una enorme conquista social que nos dignifica a todos. Sí… el acompañante acaba entendiendo que hay algo muy obsceno cuando alguien exige dinero para curar a un enfermo; que hacer negocio con el malestar de la gente es éticamente deplorable. Ya sabemos que el poderoso puede pagarse la mejor clínica privada porque cree que es ahí donde se aplica la mejor sanidad, lo que tenemos que meternos en la cabeza de una jodida vez es que cualquiera de nosotros merece y tiene derecho a la misma mejor sanidad que el poderoso… porque para eso tenemos un Estado, para que ampare al ciudadano de la calle y nos devuelva nuestra aportación a la sociedad en forma de sanidad, educación y servicios sociales dignos y mejores.
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Por eso al acompañante le asquea que el rey de España desprecie la Sanidad Pública de su país —¿se podría esperar otra cosa?— y trate sus reales enfermedades en clínicas para ricos. Y quien dice 'rey', dice 'político' de uno u otro sesgo que aparenta defender lo público, pero manda a sus hijos a clínicas y colegios privados. Debe ser porque se piensan privilegiados y merecedores de lo mejor, y no se fían ni de la sanidad ni de la educación públicas que tenemos los demás españoles. El acompañante no soporta esa ínfula de los que se sienten privilegiados y piensa que es una obscenidad que los políticos -que deberían amparar a los ciudadanos- defiendan que lo primero es controlar el déficit.
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Piensa el acompañante que quien apueste decidida y realmente CONTRA las medidas que recortan lo público tendrá su voto el 25 de Marzo en Andalucía… el problema es que los políticos en campaña suelen parecer oligofrénicos que nos tratan como a imbéciles. Piensa que por más votos que reciban los partidos, no se va a sentir representado. Ni por asomo…
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¿Cuántos seremos los No Representados?
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