miércoles, 4 de enero de 2012

La Isla de León a las seis de la tarde

Ya son casi las seis de la tarde y la calle Mazarredo sigue desierta. Sólo una señora con delantal barre el trozo de calle que le corresponde. Se hacía mucho antes, cuando lo del servicio de limpieza era cosa del futuro, que cada vecina se encargaba de mantener decente su trozo de acera. La barrían y la baldeaban con el agua que sobraba de fregar el piso de la casa (a veces le añadían zotal)… No sé, tal y como están las cosas, lo mismo volvemos a esas prácticas comunales de solidaridad “hombre, claro, si entre todas tenemos esto como los chorros del oro”. Porque, tampoco nos vamos a engañar, a pesar de todos los avances hacia la igualdad de género, barrer el trozo de calle sería asunto de todas, no de todos… que me conozco yo el percal.




Una joven tocada con gorrito de azafata sale de un portal con dintel de roca ostionera, que es una roca que parece una garrapiñada de conchas del pleistoceno. Es la roca que hay por este sur y por eso todas las casapuertas de la Isla de León están hechas con esta roca —“casapuerta” es una palabra muy de aquí, es una especie de portal—. Es muy guapa la joven porque tiene unos ojillos achinados y una sonrisa encantadora, ¡y eso que no le sonrió a servidor! “¡Ay, Paqui! —Le dice la señora del delantal desde mitad de la calle— Que me lo ha dicho Carmela. ¿Cómo están?” La chica del gorrito se lo explica también en voz alta… “Mu bien, mu bien, señora Manuela. Todo ha ido estupendo-estupendo“ (No sé en otros lugares, pero aquí, cuando uno quiere hacer un superlativo repite el calificativo dos veces; si se repite tres es que la cosa es realmente extraordinaria) Parece que ha debido nacer un bebé… no logro averiguar si es humano o cánido. Pero da igual, ¿no?


La chica del gorrito lleva una capa azul, como de caperucita, pero azul marino… y, como estoy jartito de ver escaparates buscando no_sé_qué_cosa, decido seguirla; me da igual donde vaya. Las tiendas empiezan a abrir lentamente. Los negocios tradicionales, con dueños que arrastran caras de resignación. En las franquicias, las persianas las suben jóvenes muy arregladitas y maquilladas, pero con caras de pocos amigos. Y todos parecen cansados antes de empezar la jornada de tarde.


Donde había una tienda de ordenadores hay un “Compro oro al mejor precio”; una inmobiliaria está cerrada; han cambiado y ampliado una óptica; algunos bazares de todo a 100, que después fueron “Todo a 3 y 5 €”, se llaman ahora “Euro10”… ya apenas quedan tiendas de chicucos. Frente a la Iglesia Mayor hay tres castillos de aire; los padres, con caras serias y vigilantes; los niños no paran de saltar… pero, me parece a mí, saltan sin demasiada convicción, como si fuera una obligación estar alegres. No, no los veo ilusionados… tal vez porque los niños ya no se sorprenden de nada. ¡No sé qué voy a hacer con mi futuro nieto! Lo mismo ni se inmuta cuando le saque el cubo rojo lleno de dinosaurios...


Mejor sigo detrás de la caperucita azul, que por lo menos se ríe… ¡Joder! ¿Donde está Paqui? ¿Dónde se ha metido esta niña?

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