viernes, 17 de julio de 2009

Serie Irlanda. Música en el alma

En Irlanda me acordé mucho de mi compadre Caberna, viejo amigo del alma, poeta, cantor... porque él habría disfrutado muchísimo con la música que se oye y disfruta en todas las partes de la isla; en todas. Tanto es así que me lo imagino perfectamente metido en los pub’s (sin salir de ellos pa ná pa ná), y no precisamente por las pintas de guinness, esa exquisita cerveza negra (...que también, no vayamos a decir lo que no es)

Me imagino a Carlos extasiado por la frescura de la música que se practica con una facilidad que nos asombra... hablo de la música tradicional de raíz celta y también de la popular que exportaron a América del Norte en la hambruna del XIX. Y quizá mi amigo se acordaría entonces de Juan Salas, su alter ego musical y compañero de muchas batallas, y al final la cerveza acabaría tal vez convertida en lágrima y resbalando hasta llegarle al bigote... tal vez. Irlanda, la penumbra del pub, la música, la cerveza y el recuerdo de un amigo tienen esas cosas...

mi compi de la vida le parece que los pueblos que han sufrido mucho (e Irlanda es uno de ellos) se refugian en la música que les nace de lo más primitivo y profundo, y les ayuda a reír para sobrellevar mejor las penas. Andalucía es un caso claro, e Irlanda parece igual. Tienen un acervo musical común que produce cierta envidia...

En Irlanda hay músicos no profesionales en cada pub, esos antros maravillosos y acogedores, que con el clima que tienen los pobres era un invento inevitable. Pero los hay también por la calle. Me fascinan los músicos callejeros...


En Cork, un joven que parecía recién salido de ordeñar vacas, con sus botas de agua y su pantalón de chándal sucio de barro, se puso a cantar viejas canciones populares en mitad de la calle. Un grupo de jóvenes las cantaban al pasar... le entregué medio euro y le dije: “Bravo, pisha. Por mi padre que eres un tío simpático”. Y el chaval me dio las gracias (eso lo entendí) y siguió con una parrafada... “Es que yo soy del Barrio_la_Viña y como que no me defiendo de Puerta Tierra pallá” (En realidad no soy del barrio de la Viña – Cádiz, pero a él qué le importaba) ¡Oye, pareció entenderme porque no insistió! Se ve que es sabido que los de la Viña saben de cuplés, pero no hablan inglés.


(Como esto lo lea uno de la Viña me corre a boinazos)

Y una argentina, guapa, morena, con esa belleza racial tan distinta al fondo nórdico de las mujeres irlandesas, desparramaba melodías por la calle central de Galway ...no llores por mí, Argentina... La estuve escuchando hasta que agotó su repertorio y le entregué mi propina como el que entrega un imposible deseo de felicidad. “¡Qué bien lo haces, mecachis!”. Y me lo agradeció con una voz dulce. Era argentina, el idioma une, es verdad. Llevaba un año en Irlanda, y no le gustaba la oscuridad del país. Nos despedimos, y en la despedida nos miramos directamente a los ojos una fracción de tiempo más de lo necesario. Me gustó su mirada... la llevé un rato en la retina.


También en Galway me encontró una rubia extraída de lo profundo de la estepa rusa. Un rostro exótico, rubia, que ofrecía suaves silbos con su flauta. Y en Dublín, a resguardo de la lluvia, un supuesto joven profesor me miró con una mirada azul mientras seguía silbando con su pequeña flauta irlandesa...


O los músicos de jazz en una esquina del Temple Bar, en pleno Dublín; o esa pareja de irlandeses que tocaba cada noche en un pub de Killarney...

Sí, me fascinan los músicos callejeros porque cada uno, además de su música, ofrece la posibilidad de imaginar una vida... ¿Dónde dormirá esa noche? ¿De quien recibirá palabras de amor? ¿Cuan lejos quedarán su casa y sus amigos? ¿Qué historia oculta detrás de la música?... me fascinan y me dejo una pasta en cada viaje, porque les agradezco la sugerencia que me ofrecen y la vida que imagino para ellos.

Sí, mi compadre Caberna habría disfrutado una barbaridad...



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