Entre dos pasos, sentado en el tren y oído avizor, llegan retazos de una conversación entre dos viajeras de cuarenta años, modernas y muy resultonas. Deben trabajar juntas y ven pasar la vida en una rutina diaria mientras ellas esperan al príncipe que les regale, aunque solo sea, una mirada fugaz...
Más tarde, entre dos pasos, mientras se enfría el café, anoto la conversación.
Finalizado mi viaje, al pasar junto a ellas me habría gustado revolverles el pelo a las dos amigas, en un gesto de cariño paternal y cómplice, como diciéndoles... los hombres o son mariquitas o son gilipollas... y vosotras os merecéis todo el cariño. ¡Cuesta tan poco alegrar el día al personal...!
Pero pasé de largo, casi sin mirarlas. No me atrevo a entrar en su mundo sin ser llamado. ¡Y unos por otros, la casa sin barrer!
Más tarde, entre dos pasos, mientras se enfría el café, anoto la conversación.
Finalizado mi viaje, al pasar junto a ellas me habría gustado revolverles el pelo a las dos amigas, en un gesto de cariño paternal y cómplice, como diciéndoles... los hombres o son mariquitas o son gilipollas... y vosotras os merecéis todo el cariño. ¡Cuesta tan poco alegrar el día al personal...!
Pero pasé de largo, casi sin mirarlas. No me atrevo a entrar en su mundo sin ser llamado. ¡Y unos por otros, la casa sin barrer!
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