miércoles, 23 de abril de 2008

Soñar con una ninfómana ya no es pecado


Efectivamente, mientras ELLA estuvo de viaje, servidor leía “Diario de una ninfómana”, de Valérie Tasso. Y cuando volvió de su viaje, servidor devolvió el libro a su dueña (pertenece a una amiga, viuda ella, que lo había dejado encima de la mesa un día que la visitamos... pero soy de los que devuelven religiosamente los libros prestados)

¿Qué varón joven no ha soñado alguna vez yacer largamente con una ninfómana? Vale, casi todos. Pero como eso sólo ocurre en las pelis, más nos vale leer una autobiografía como la de Valérie, para soñar. Porque soñar esas cosas ya no es pecado y sale gratis. De todos modos, este homo sapiens venido a menos reconoce que hay una edad para cada cosa, y que a ciertas edades uno queda embelesado no con las hazañas sexuales de una potente mujer. No, ya no. Tal vez ahora quedemos prendados del cariño que emana de una relación amorosa, amistosa y hasta profesional. Y contrariamente a lo que uno podía esperar, Valérie Tasso, ninfómana y prostituta de lujo, me sorprendió cuando describe así, con esta ternura, al hombre de su vida:
“...en mi descenso a los infiernos, me encontré un pequeño paraíso. Mi Dios particular tenía el aspecto de un hombre maduro, alto, el pelo moreno y algo canoso, la cara en forma de pera bien madura, los ojos verdes intensos, las manos fuertes, con las uñas cortadas desigualmente. No se las comía, solo las pielecitas que las rodean... Dios olía a brisa y a almendras troceadas, a gotitas de rosa del jardín por la mañana, y a leña recién cortada, y a paja de granja, y a hierba verde después de un diluvio... También lloraba Dios noches enteras, escondido debajo de la almohada, al oír la sinfonía del Nuevo Mundo, de Dvorak, cuando me sabía en brazos de otro hombre. Y fue cuando descubrí por primera vez que las lágrimas de un hombre son el mejor regalo para una mujer enamorada.”
Sí, todo es un tránsito en la vida. Nada dura eternamente. Nos agotamos y nos agostamos... y eso también suele ser bello. Hoy soy capaz de amar a las mujeres que ya no cumplen ni cuarenta ni cincuenta porque tienen otra mirada, y son reposadas y sabias. Y hablan y comprenden mejor que nadie, y aprecian las cosas de la vida con conocimiento, y porque son la mejor compañía para una sobremesa... y para después.



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