domingo, 9 de septiembre de 2007

¡Qué culpa tendrá la abuela!

Servidor recuerda muy bien cómo era nuestra primera casa. Por supuesto eso ocurrió cuando ya estábamos ayuntados en santo matrimonio. Nos costaba el alquiler quince mil pesetas, que era más o menos el 26% del sueldo, y fue nuestro primer nido de amor... ¡una casa alquilada para nosotros solos, a cientos de kilómetros de la de nuestros padres y sin que nadie nos dijera cómo había que hacer las cosas! Casarse y alquilar una casa –a ser posible en otra ciudad- era prácticamente la única forma que teníamos para escapar de la tutela familiar... que era una tutela grande y cuidadosa. Era una tutela que cercenaba cualquier intento de conquistar la menor parcelita de libertad y autonomía porque eso podía suponer perder la honra... así que tiempo nos faltaba para huir de casa y montar nuestro propio nido de amor, y si para ello había que casarse, se casaba uno y listo.

FALTA FOTO
La parejita en su primera casita alquilada

Nuestra primera casa estaba vacía, sin muebles, y el colchón Flex llegó antes que el somier, así que lo dejamos en el suelo por unos días. De lo que no me acuerdo es de los detalles de su estreno... o sea, de su bautismo de fuego... porque por aquel entonces todos los primeros colchones de las parejas tienen un bautizo de fuego memorable. ¡Pero servidor no lo recuerda! –se lo tendré que preguntar a mi compi de la vida, pero despistándola porque como se entere que es un dato para el blog, me corre a boinazos-.

Pero hoy las cosas son distintas... –vamos a decir las cosas como son- ahora los chicos tienen toda la libertad posible y no necesitan casarse para poder acostarse juntos y mantener una intimidad sexual que para nosotros era imposible... ¡por eso no se van de casa! ¿para qué? Tienen casa gratis; comida y cena diarias; platos limpios en la mesa; ropa limpia, compra lista; electricidad y agua pagados; una mamá que los mima en la enfermedad; y encima follan donde y cuando quieren... ¡Es que no se van!

Mi amiga Covi lo dice abiertamente, que ella hace todo o posible para que se les vayan, pero no hay manera... y eso es duro. Para Servidor, que ha experimentado los placeres de la ausencia de los hijos (estudiantes fuera de la ciudad), pensar que cada mes de Julio vuelven me ponen los pelos de punta... porque eso significa volver a competir por el sofá en la siesta; o disputar por el ordenador; pensar en la compra y en hacer kilos y kilos de comida que engullen sin apreciártelo; pelear para que arranchen en el fregadero los platos porque si no se quedan en remojo, al día siguiente no hay quien les saque los restos orgánicos resecos... y me imagino a mi hijo Alejandro explicándole a su amigo Jesuli que su padre se preocupa de cosas rarísimas: ¡quiere que deje los platos en remojo!

Es verdad, la casa de uno es su castillo inviolable por eso no se entiende bien la sentencia de ese juez de Chiclana, que acaba de obligar a una madre y a su hija de tres años a abandonar el hogar conyugal y a instalarse en la casa de la abuela. ¿Para qué hace eso? Para que su marido, condenado por maltratador, pueda cumplir con la orden de alejamiento... O sea, un indeseable descerebrado le pega a su mujer; el juez le condena por maltratador y le aplica una orden de alejamiento; y para que se cumpla, hace que su mujer y su hija se vayan a vivir con la suegra del maltratador.

Total, habría que preguntarle al señor juez qué culpa tendrá la pobre abuela para merecer tal condena, joder.


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