Si el 13 de Enero estuviese en Madrid, iría a la manifestación. Incluso sería capaz de gritar algún que otro insulto contra esos descerebrados de ETA, los violentos que ponen las bombas, contra los sibilinos que los jalean, incluso contra los sinvergüenzas que se sienten felices de tenerlos y mantenerlos como enemigos... ¡no sé si m’ explicao! El lema "POR LA PAZ, CONTRA EL TERRORISMO" me parece suficientemente claro, y bajo su cobertura deberíamos caber casi todos.
Sin embargo, asistir a esa manifa sería una excepción. Hace un tiempo decidí no participar en ninguna más. Al fin y al cabo uno aspira a vivir en una sociedad articulada en torno a la voluntad popular, con cauces establecidos para participar en los asuntos públicos, para ser oído y atendido sin necesidad de gritar y sin ponerse borde. A eso aspiramos todos (supongo), a una sociedad que no necesite de algaradas públicas ni de manifestódromos, donde el parlamento, los ayuntamientos y asambleas de hombres libres sean el foro de representación y discusión... pero, bueno, ya sé que vivimos en el sur de Europa, que hace pocos años que estamos en esto de la democracia, y que aspirar a una democracia que no necesite manifestarse en la calle es una entelequia; que somos como somos y que nada nos hará cambiar de momento. Así que, manifestarse en la calle de forma excepcional debe servir para forjar caminos mejores… supongo.
Pero me asustan esas aglomeraciones amorfas porque perdemos la individualidad y corremos el peligro de hacer el imbécil… porque cuando nos reunimos es fácil entrar en histerias colectivas. Dicho con más claridad, con una imagen nítida: jamás se me ocurriría participar en manifestaciones culturales-religiosas como la Romería del Rocío (con su asalto a la verja y sus llantos incontenibles), o en cualquier Semana de Pasión de los pueblos de este país donde pueden verse a oligofrénicos autoflagelándose como los chiítas, o gozando en un auténtico éxtasis místico mientras caminan descalzo o suben cuestas arrodillados… me avergüenzo de mi país cada vez que veo estas manifestaciones de imbecilidad. Cosas que, por supuesto, jamás hacen los individuos aislados. Sólo ocurre cuando están rodeados, observados y jaleados por masas sin rostro. Es entonces cuando perdemos la menor capacidad de autoanálisis racional. Por eso no me gustan las masas, prefiero los rostros con nombres.
Y a pesar de estas prevenciones, en 1998 hice otra salvedad y participé en una manifa; y lo hice porque el motivo era excepcional: los valientes gudaris vascos iban a asesinar a Miguel Ángel Blanco de un tiro en la nuca y con las manos atadas. Me tocó vivirlo en Pontevedra, y allí nos fuimos para sumar nuestro granito de arena... ¡Basta ya! ¡Basta ya! ¡Basta ya! gritamos.
Al final de la manifa, en no-sé-que-plaza, los que dirigían aquello hicieron en el suelo un círculo de velas encendidas. Algo así como un ritual místico-esotérico de invocación espiritual… y, a continuación, encendieron un altavoz portátil y comenzaron la triste letanía de un rezo del rosario. Por eso digo que es mejor caminar sólo que mal acompañado…
Sin embargo, asistir a esa manifa sería una excepción. Hace un tiempo decidí no participar en ninguna más. Al fin y al cabo uno aspira a vivir en una sociedad articulada en torno a la voluntad popular, con cauces establecidos para participar en los asuntos públicos, para ser oído y atendido sin necesidad de gritar y sin ponerse borde. A eso aspiramos todos (supongo), a una sociedad que no necesite de algaradas públicas ni de manifestódromos, donde el parlamento, los ayuntamientos y asambleas de hombres libres sean el foro de representación y discusión... pero, bueno, ya sé que vivimos en el sur de Europa, que hace pocos años que estamos en esto de la democracia, y que aspirar a una democracia que no necesite manifestarse en la calle es una entelequia; que somos como somos y que nada nos hará cambiar de momento. Así que, manifestarse en la calle de forma excepcional debe servir para forjar caminos mejores… supongo.
Pero me asustan esas aglomeraciones amorfas porque perdemos la individualidad y corremos el peligro de hacer el imbécil… porque cuando nos reunimos es fácil entrar en histerias colectivas. Dicho con más claridad, con una imagen nítida: jamás se me ocurriría participar en manifestaciones culturales-religiosas como la Romería del Rocío (con su asalto a la verja y sus llantos incontenibles), o en cualquier Semana de Pasión de los pueblos de este país donde pueden verse a oligofrénicos autoflagelándose como los chiítas, o gozando en un auténtico éxtasis místico mientras caminan descalzo o suben cuestas arrodillados… me avergüenzo de mi país cada vez que veo estas manifestaciones de imbecilidad. Cosas que, por supuesto, jamás hacen los individuos aislados. Sólo ocurre cuando están rodeados, observados y jaleados por masas sin rostro. Es entonces cuando perdemos la menor capacidad de autoanálisis racional. Por eso no me gustan las masas, prefiero los rostros con nombres.
Y a pesar de estas prevenciones, en 1998 hice otra salvedad y participé en una manifa; y lo hice porque el motivo era excepcional: los valientes gudaris vascos iban a asesinar a Miguel Ángel Blanco de un tiro en la nuca y con las manos atadas. Me tocó vivirlo en Pontevedra, y allí nos fuimos para sumar nuestro granito de arena... ¡Basta ya! ¡Basta ya! ¡Basta ya! gritamos.
Al final de la manifa, en no-sé-que-plaza, los que dirigían aquello hicieron en el suelo un círculo de velas encendidas. Algo así como un ritual místico-esotérico de invocación espiritual… y, a continuación, encendieron un altavoz portátil y comenzaron la triste letanía de un rezo del rosario. Por eso digo que es mejor caminar sólo que mal acompañado…
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