Este artículo se publicó en Diario de Cádiz, días 8 y 22 de Junio de 2004
En el torreón central del Castillo de San Romualdo (San Fernando, Cádiz), el que se eleva a la izquierda de la actual puerta de entrada, existieron tres relojes de sol. Esa profusión de ciencia, conocimientos y arte, concentrados en un solitario y antiguo ribat, hacen de él, al margen de otras circunstancias, un lugar singular y notable.
Alcanzar a explicar por qué los antiguos moradores del castillo dispusieron tres relojes solares en un mismo torreón, saber quién ordenó su construcción y qué maestro cuadrantero los construyó, son otras de las oscuras cuestiones que se plantean en torno al viejo ribat de la Isla de León.
El reloj central estuvo en la fachada principal, la que mira a la actual plaza Font de Mora. Es un tipo de reloj solar vertical meridional, es decir enfrentado al Sur aunque éste tiene una desviación hacia el Oeste de 11º. A pesar de su antigüedad aún es visible el marco que lo contuvo con algunas grecas, dos números romanos (IIII y V, situados horizontalmente, ¡que en rigor deberían ser XVI y XVII!) y algunos trazos horarios radiales que deben confluir en el punto donde se colocó el gnomon o estilete. Este reloj solar marcaba casi todas las horas diurnas, y sólo las primeras horas de las mañanas estivales escapaban a su medida.
Alcanzar a explicar por qué los antiguos moradores del castillo dispusieron tres relojes solares en un mismo torreón, saber quién ordenó su construcción y qué maestro cuadrantero los construyó, son otras de las oscuras cuestiones que se plantean en torno al viejo ribat de la Isla de León.
El reloj central estuvo en la fachada principal, la que mira a la actual plaza Font de Mora. Es un tipo de reloj solar vertical meridional, es decir enfrentado al Sur aunque éste tiene una desviación hacia el Oeste de 11º. A pesar de su antigüedad aún es visible el marco que lo contuvo con algunas grecas, dos números romanos (IIII y V, situados horizontalmente, ¡que en rigor deberían ser XVI y XVII!) y algunos trazos horarios radiales que deben confluir en el punto donde se colocó el gnomon o estilete. Este reloj solar marcaba casi todas las horas diurnas, y sólo las primeras horas de las mañanas estivales escapaban a su medida.
Los otros dos relojes de sol son complementarios entre sí y se situaron en las fachadas laterales del mismo torreón, sobre dos resaltes achaflanados que los desconocidos constructores orientaron escrupulosamente hacia el Este y hacia el Oeste. El primero (lateral oriental) marcaba las horas de la mañana, desde el amanecer, a las VI, hasta la hora quinta (las XI); el segundo (lateral occidental) las de la tarde, desde las XIII hasta el ocaso, a las XVIII. En ambos casos, la hora XII del mediodía quedaba indeterminada porque en ese momento, con el sol en su altura meridiana, las sombras son paralelas a los resaltes oriental y occidental. Son dos situaciones extremas y complementarias de disponer relojes de sol verticales. |
En la esquina inferior izquierda del resalte oriental, aún se puede intuir un clásico adorno que se repite en diversos tratados de Gnomónica. También se aprecian algunos trazos horarios, que en este caso no son radiales, sino paralelos entre sí, como se disponen en relojes laterales cuando el gnomon es paralelo a la pared y, al mismo tiempo, paralelos al eje de rotación de la Tierra.
Actualmente no se conoce ninguna referencia documental, directa o indirecta, que describa los relojes solares del Castillo de San Romualdo. Pero los hechos son tozudos: existieron tres. Y la condición sine qua non para su trazado es una pared vertical, precisamente la que hoy contemplamos... pero, ¿desde cuando existe esa pared necesaria?
Actualmente no se conoce ninguna referencia documental, directa o indirecta, que describa los relojes solares del Castillo de San Romualdo. Pero los hechos son tozudos: existieron tres. Y la condición sine qua non para su trazado es una pared vertical, precisamente la que hoy contemplamos... pero, ¿desde cuando existe esa pared necesaria?
das por el emirato de Córdoba en el siglo IX para evitar ataques normandos.
Lo cierto es que en la segunda mitad del siglo XIII, una vez reconquistada la comarca gaditana, Alfonso X procedió a colonizar y reconstruir la villa de Cádiz. Para su política era de suma importancia mantener en su poder el puerto gaditano como punta de lanza para el dominio total del estrecho de Gibraltar. Esta ocupación obstaculizaría el tránsito de tropas entre el Norte de África y el reino nazarí de Granada y facilitaría el tráfico comercial entre el Mediterráneo y el Atlántico. Así pues, la lucha entre castellanos, granadinos y norteafricanos por el dominio de esta zona, estuvo servida por unas décadas. Y para la defensa terrestre de Cádiz interesó reconstruir lo que muy pronto se llamaría el logar de la puente. En palabras de Agustín de Horozco, la reconstrucción que comenzó en Cádiz por orden del rey castellano “se hizo asimismo de un mediano lugar cerca del castillo y puente de Suazo, según consta de él por muchas escrituras públicas allí otorgadas que yo vi entre otras del archivo de esta ciudad...” (HOROZCO, 1598-2001:150) Poco después, durante el saqueo angloholandés de 1596, esos documentos se perdieron.
Al mismo tiempo, el rey Alfonso, consiguió que el Papa Urbano IV elevara la iglesia gaditana de la Santa Cruz a la categoría de Catedral y hacerla sede del obispado. Así comienza una cristianización que borrará el carácter musulmán que había tenido hasta entonces la comarca gaditana. En esta nueva frontera, como en todas partes, los lugares sagrados islámicos se transformaron en iglesias y, en el caso del logar de la puente, asumiendo que ya existiera una edificación antecesora del Castillo de San Romualdo, se construyó en su interior una iglesia dedicada a Santa María, advocación a la que el rey sabio era ferviente devoto.
Esta disposición a cristianizar los lugares reconquistados no debe entenderse como un intento de negar la cultura islámica, ni como un síntoma de la intolerancia religiosa que promovieron más tarde los Reyes Católicos. Al contrario, el reinado del rey sabio (1221-1284) se caracterizó, además de por haber realizado las importantes recopilaciones jurídicas e históricas, por una aceptable convivencia entre cristianos, judíos y musulmanes, las tres culturas peninsulares. De hecho se preciaba don Alfonso de ser “rey de tres religiones”. Este aire de tolerancia propició un cierto mestizaje de costumbres y técnicas, de ahí que no resulte inaudito pensar, como ocurrió en otros muchos lugares, que alarifes musulmanes construyeran totalmente, o bien reconstruyeran un viejo edificio preexistente, en la forma y estética de un ribat cristiano, hipótesis que defendiera Torres Balbás hace medio siglo, y que en esa reconstrucción o construcción se incluyera la primitiva iglesia de Santa María, de cuya existencia existen numerosas muestras documentales y bibliográficas: “...la Iglesia Parroquial de aquella Población, que siempre ha estado dentro del Castillo, se intitulaba S. María, hoy (1690) tiene advocación de S. Pedro...” (GERÓNIMO DE LA CONCEPCIÓN, 1690:230)
Sin duda, levantar una capilla o una iglesia era la mejor forma de cristianizar una mezquita, una zawiya o un ribat, tres lugares de carácter religioso islámico. Estos últimos eran recintos fortificados que se levantaban en costas y en las fronteras con los reinos cristianos. Tenían doble carácter e intención, militar y religioso; mitad castillo y mitad convento islámico. En ellos se recluían temporalmente fieles musulmanes que preparaban el precepto de la djihad, es decir, la Guerra Santa Islámica. Según opinan diversos autores, no se puede descartar la influencia que ejerció el ribat islámico, y el concepto de djihad, en la formación de las Ordenes Militares (monjes guerreros) y en la idea cristiana de Cruzada, entendida como una guerra justa y justificada contra el infiel. Las similitudes son inmediatas.
Sin dudas, si el ribat existió como tal en el logar de la puente, se cristianizó. La primera referencia documental a esta iglesia-capilla, se encuentra en una carta del Concejo de la Puente de Cádiz, fechada el 17 de mayo de 1338, por la que se confirma la entrega de la Alquería de Rayhana a Gonzalo Díaz de Sevilla, criado del rey Alfonso XI. En ella se dice textualmente que los miembros del concejo fueron “...ayuntados á campana llamados en la capilla de Santa Maria, que es dentro en el dicho castillo...” (en FRANCO SILVA, 1995:76) Palabras que demuestran la existencia en el S.XIV de un concejo y una dispersa población en torno a un ribat/castillo coronado por el campanario de una iglesia cristiana.
Al poder unificador que sin duda poseía la campana como referente religioso habría que sumar la presencia física del poder señorial y temporal en el castillo “...en el cual ponía Cádiz alcaide, por ser jurisdicción suya, adjudicada por el mismo Rey con la Población de la Isla de León, y llamábase en aquel tiempo, el Concejo del Castillo de la Puente...” (GERÓNIMO DE LA CONCEPCIÓN 1690:320)
Como es común en toda la Edad Media, el castillo, la iglesia y el monasterio se convierten en el elemento aglutinante de la población que se genera lentamente en su entorno. Para los antiguos y escasos moradores de la Alquería de Rayhana, en el Concejo del Logar de la Puente, (moriscos que aceptaran el vasallaje del rey cristiano, escasos colonos castellanos traídos en intentos repobladores, etc.), sus murallas son la referencia del poder político y el hito defensivo en caso de ataque enemigo. Es decir, el lugar donde buscar amparo y refugio, lugar donde se genera el tímido comercio local y donde recurrir al auxilio espiritual. El castillo se convierte poco a poco en el centro civilizador de un entorno rural de escasa y dispersa población. Por tanto, no debemos errar demasiado si pensamos que hasta la construcción de la Iglesia Mayor (1757-1769) el centro neurálgico de los pobladores de la Isla de León, casi todos ellos concentrados en el Logar de la Puente, fuera la plaza del Castillo, la que se enfrenta al camino que comunicaba Cádiz y tierra firme. Y el torreón central de esa fachada, usado como campanario de la iglesia hasta bien entrado el siglo XX, el lugar idóneo para colocar un reloj de sol que marque los hitos temporales diarios y anuales.
Lo cierto es que en la segunda mitad del siglo XIII, una vez reconquistada la comarca gaditana, Alfonso X procedió a colonizar y reconstruir la villa de Cádiz. Para su política era de suma importancia mantener en su poder el puerto gaditano como punta de lanza para el dominio total del estrecho de Gibraltar. Esta ocupación obstaculizaría el tránsito de tropas entre el Norte de África y el reino nazarí de Granada y facilitaría el tráfico comercial entre el Mediterráneo y el Atlántico. Así pues, la lucha entre castellanos, granadinos y norteafricanos por el dominio de esta zona, estuvo servida por unas décadas. Y para la defensa terrestre de Cádiz interesó reconstruir lo que muy pronto se llamaría el logar de la puente. En palabras de Agustín de Horozco, la reconstrucción que comenzó en Cádiz por orden del rey castellano “se hizo asimismo de un mediano lugar cerca del castillo y puente de Suazo, según consta de él por muchas escrituras públicas allí otorgadas que yo vi entre otras del archivo de esta ciudad...” (HOROZCO, 1598-2001:150) Poco después, durante el saqueo angloholandés de 1596, esos documentos se perdieron.
Al mismo tiempo, el rey Alfonso, consiguió que el Papa Urbano IV elevara la iglesia gaditana de la Santa Cruz a la categoría de Catedral y hacerla sede del obispado. Así comienza una cristianización que borrará el carácter musulmán que había tenido hasta entonces la comarca gaditana. En esta nueva frontera, como en todas partes, los lugares sagrados islámicos se transformaron en iglesias y, en el caso del logar de la puente, asumiendo que ya existiera una edificación antecesora del Castillo de San Romualdo, se construyó en su interior una iglesia dedicada a Santa María, advocación a la que el rey sabio era ferviente devoto.
Esta disposición a cristianizar los lugares reconquistados no debe entenderse como un intento de negar la cultura islámica, ni como un síntoma de la intolerancia religiosa que promovieron más tarde los Reyes Católicos. Al contrario, el reinado del rey sabio (1221-1284) se caracterizó, además de por haber realizado las importantes recopilaciones jurídicas e históricas, por una aceptable convivencia entre cristianos, judíos y musulmanes, las tres culturas peninsulares. De hecho se preciaba don Alfonso de ser “rey de tres religiones”. Este aire de tolerancia propició un cierto mestizaje de costumbres y técnicas, de ahí que no resulte inaudito pensar, como ocurrió en otros muchos lugares, que alarifes musulmanes construyeran totalmente, o bien reconstruyeran un viejo edificio preexistente, en la forma y estética de un ribat cristiano, hipótesis que defendiera Torres Balbás hace medio siglo, y que en esa reconstrucción o construcción se incluyera la primitiva iglesia de Santa María, de cuya existencia existen numerosas muestras documentales y bibliográficas: “...la Iglesia Parroquial de aquella Población, que siempre ha estado dentro del Castillo, se intitulaba S. María, hoy (1690) tiene advocación de S. Pedro...” (GERÓNIMO DE LA CONCEPCIÓN, 1690:230)
Sin duda, levantar una capilla o una iglesia era la mejor forma de cristianizar una mezquita, una zawiya o un ribat, tres lugares de carácter religioso islámico. Estos últimos eran recintos fortificados que se levantaban en costas y en las fronteras con los reinos cristianos. Tenían doble carácter e intención, militar y religioso; mitad castillo y mitad convento islámico. En ellos se recluían temporalmente fieles musulmanes que preparaban el precepto de la djihad, es decir, la Guerra Santa Islámica. Según opinan diversos autores, no se puede descartar la influencia que ejerció el ribat islámico, y el concepto de djihad, en la formación de las Ordenes Militares (monjes guerreros) y en la idea cristiana de Cruzada, entendida como una guerra justa y justificada contra el infiel. Las similitudes son inmediatas.
Sin dudas, si el ribat existió como tal en el logar de la puente, se cristianizó. La primera referencia documental a esta iglesia-capilla, se encuentra en una carta del Concejo de la Puente de Cádiz, fechada el 17 de mayo de 1338, por la que se confirma la entrega de la Alquería de Rayhana a Gonzalo Díaz de Sevilla, criado del rey Alfonso XI. En ella se dice textualmente que los miembros del concejo fueron “...ayuntados á campana llamados en la capilla de Santa Maria, que es dentro en el dicho castillo...” (en FRANCO SILVA, 1995:76) Palabras que demuestran la existencia en el S.XIV de un concejo y una dispersa población en torno a un ribat/castillo coronado por el campanario de una iglesia cristiana.
Al poder unificador que sin duda poseía la campana como referente religioso habría que sumar la presencia física del poder señorial y temporal en el castillo “...en el cual ponía Cádiz alcaide, por ser jurisdicción suya, adjudicada por el mismo Rey con la Población de la Isla de León, y llamábase en aquel tiempo, el Concejo del Castillo de la Puente...” (GERÓNIMO DE LA CONCEPCIÓN 1690:320)
Como es común en toda la Edad Media, el castillo, la iglesia y el monasterio se convierten en el elemento aglutinante de la población que se genera lentamente en su entorno. Para los antiguos y escasos moradores de la Alquería de Rayhana, en el Concejo del Logar de la Puente, (moriscos que aceptaran el vasallaje del rey cristiano, escasos colonos castellanos traídos en intentos repobladores, etc.), sus murallas son la referencia del poder político y el hito defensivo en caso de ataque enemigo. Es decir, el lugar donde buscar amparo y refugio, lugar donde se genera el tímido comercio local y donde recurrir al auxilio espiritual. El castillo se convierte poco a poco en el centro civilizador de un entorno rural de escasa y dispersa población. Por tanto, no debemos errar demasiado si pensamos que hasta la construcción de la Iglesia Mayor (1757-1769) el centro neurálgico de los pobladores de la Isla de León, casi todos ellos concentrados en el Logar de la Puente, fuera la plaza del Castillo, la que se enfrenta al camino que comunicaba Cádiz y tierra firme. Y el torreón central de esa fachada, usado como campanario de la iglesia hasta bien entrado el siglo XX, el lugar idóneo para colocar un reloj de sol que marque los hitos temporales diarios y anuales.
ballestas, cuatro espingardas, una docena de lanzas de pie, pólvora y otras municiones para esa artillería (en FRANCO SILVA, 1995:90) Más tarde, en 1577, Luis Bravo de Lagunas, comisionado por Felipe II para inspeccionar las fortificaciones del sur peninsular, indica que el castillo tiene ocho torres y dispone su alcaide de cinco piezas de artillería, seis arcabuces, cuatro barriles de pólvora y algunas picas (en BOUZA, 1996-I:VI)
Y así debió permanecer hasta el ataque y saqueo angloholandés de 1596. La ofensa que la artillería atacante hizo en el castillo, durante los trece días que duró el asedio, debió destruirlo parcialmente. Y dos años más tarde, a pesar de las órdenes de Felipe II seguía arruinado: “...el rey lo ha mandado, que se repare el castillo de lo que le dejó arruinado el inglés, y que se le ponga artillería con pertrechos de otras armas y munición, no se hace, ni tiene más que el alcaide con su teniente, y cual o cual trabajador de los de la isla por soldado o por guarda...” (HOROZCO, 1598-2001:79)
De todo lo anterior concluimos que la paries necesarius para soportar los relojes de sol, es decir, el torreón central que hoy contemplamos, puede datar del tiempo de los primeros Suazos, a principios del siglo XV; torreón que también se utilizaba como campanario de la iglesia que acoge (Santa María) y que fue la mejor referencia visual para la escasa población del entorno y de los viajeros que atravesaban la puente. Los trabajos que se realizan actualmente podrán enseñarnos hasta qué punto el ataque de 1596 destruyó la pared necesaria y con ella, si es que ya existían, los relojes... pero ¿por qué tres relojes solares en un mismo torreón?
Y así debió permanecer hasta el ataque y saqueo angloholandés de 1596. La ofensa que la artillería atacante hizo en el castillo, durante los trece días que duró el asedio, debió destruirlo parcialmente. Y dos años más tarde, a pesar de las órdenes de Felipe II seguía arruinado: “...el rey lo ha mandado, que se repare el castillo de lo que le dejó arruinado el inglés, y que se le ponga artillería con pertrechos de otras armas y munición, no se hace, ni tiene más que el alcaide con su teniente, y cual o cual trabajador de los de la isla por soldado o por guarda...” (HOROZCO, 1598-2001:79)
De todo lo anterior concluimos que la paries necesarius para soportar los relojes de sol, es decir, el torreón central que hoy contemplamos, puede datar del tiempo de los primeros Suazos, a principios del siglo XV; torreón que también se utilizaba como campanario de la iglesia que acoge (Santa María) y que fue la mejor referencia visual para la escasa población del entorno y de los viajeros que atravesaban la puente. Los trabajos que se realizan actualmente podrán enseñarnos hasta qué punto el ataque de 1596 destruyó la pared necesaria y con ella, si es que ya existían, los relojes... pero ¿por qué tres relojes solares en un mismo torreón?
bajo su autoridad los monasterios que se habían organizado dentro de sus diócesis. Todo quedó entonces bajo el férreo control episcopal, que utilizó a su vez la expansión del monacato para evangelizar la Europa bárbara.
La orden benedictina, fundada por Benito de Nursia hacia 529, fue el referente de todo el desarrollo posterior del monaquismo. Diseñó una disciplinada vida monacal firmemente marcada por las horas canónicas del día: los tiempos de Dios. Nada dejó al azar, estructuró cualquier aspecto vital de manera que el monje simplemente debía obedecer y cumplir con rigor las reglas de su Orden. Era obligado escuchar, meditar y leer, pero difícilmente se podía interpretar lo aprendido. No era preciso pensar. Cada impulso humano era reprimido, excepto aquel que servía directamente a la comunidad. Es un ejemplo más de los muchos intentos de uniformar personalidades, anular el sentido crítico y destruir voluntades. Intentos que hoy día seguimos viendo en las modernas técnicas de ventas, en todas las captaciones sectarias e incluso en el afán idiotizador de las televisiones.
Con la regla benedictina, por primera vez el trabajo se consideró una actividad digna y honorable. Los monasterios se convirtieron en eficientes granjas, en centros de evangelización y en los únicos refugios para los restos de la cultura clásica. En tiempo de Cuaresma los monjes recibían de la biblioteca un libro “que deberán leer ordenada e íntegramente” (capítulo XLVIII-15 de la Regla de San Benito). Gracias a eso la Iglesia de Roma atesoró para sí y filtró los escasos conocimientos que sobrevivieron a la caída del Imperio Romano. Y, además, como depositaria y única interprete del mensaje divino, impregnó la política terrenal, estuvo omnipresente en cualquier aspecto de la vida y manipuló todos los comportamientos. Es decir, ejerció un inmenso y asfixiante poder. Tanto es así que las costumbres eclesiásticas llegaron a imponer sus propias referencias temporales al resto de la población. Esto dio al traste con la clásica forma de dividir el año en función de las estaciones, ciclos agrícolas y demás ritos culturales. En su lugar, el año se dividió en cuatro periodos: de Pascuas a Pentecostés, de Pentecostés a septiembre, de este a Cuaresma, y de aquí hasta Pascuas.
El día tenía 24 horas (los egipcios ya lo habían establecido así). Amanecía a las VI, primera hora que marcaban los relojes de sol; se alcanzaba el mediodía a las XII y el ocaso ocurría a las XVIII. En la Alta Edad Media se dividió el día en cuatro cuadrantes de seis horas cada uno, y el paso de un cuadrante a otro se anunciaba con tañidos de campanas colocadas en las iglesias. Pero fue la vida monacal la que marcó una organización diaria del tiempo. Desde los conventos, monasterios e iglesias se fue imponiendo al resto de la población un día dividido en oficios, es decir, dividido por las campanadas que marcaban los momentos para orar a Dios: “spatia ad Deum tradendum”:
Maitines: Media noche
Laudes: Las tres de la madrugada.
Hora Prima: Las VI. El amanecer, orto solar.
Hora Tercia: Las IX. Tiempo medio entre Prima y meridies.
Hora Sexta o Meridies: Las XII. Mediodía.
Hora Nona: Las XV.
Hora Vesperalis, Vísperas: Las XVIII. El ocaso.
Hora completorium, Completas: Cuando cae la noche.
Esas campanadas, que en principio indicaban los momentos para rezar en los monasterios, con el tiempo fueron referencias para los pobladores del entorno y señalaron el comienzo y fin de la jornada, las horas de las comidas y los momentos de descanso, es decir, el discurrir de lo cotidiano. El ritmo vital se fue ajustando a los momentos monacales que dictaban los relojes de sol, único método fiable para hacerlo (las clepsidras y velas de tiempo eran poco precisos). Por tanto, se hizo necesario recuperar los conocimientos que permitieran construirlos correctamente. Técnica y ciencia que habían desarrollado admirablemente los antiguos griegos y que el espíritu práctico de los romanos concretó y difundió ampliamente a lo largo de sus posesiones. Posteriormente, con la caída del imperio y las invasiones bárbaras, se olvidó en occidente.
Fueron precisamente los monjes benedictinos, a partir del siglo VII, los más interesados en recuperar ese antiguo conocimiento y conseguir una exhaustiva medida del tiempo. De lo anterior concluimos que las paredes de los monasterios, conventos e iglesias fueran las primeras en poblarse de relojes de sol que marcaran fielmente los momentos para los rezos a Dios. Y el Castillo de San Romualdo, como edificio representativo del poder político y espiritual de la Isla de León, también se utilizó para estos menesteres.
De hecho, algunos estudiosos de este castillo (BOUZA, 1996-I:XII) defienden la hipótesis de su uso y ocupación por la Orden Religiosa de Santa María de España, creada por el rey Alfonso X en el año 1272. Entre otros objetivos, el rey encargó a esta Orden la defensa marítima frente a los musulmanes del norte de África, y la supervisón de la colonización comarcal de la bahía de Cádiz. Políticas que se organizaron desde Santa María del Puerto, Alcalá de los Gazules, Medina Sidonia y Algeciras. La situación geográfica del ribat isleño no sería extraña a estos cuatro centros. En este hipotético caso, el castillo vendría a continuar sus tradicionales funciones de ribat islámico, sólo que ahora ocupado por monjes-guerreros cristianos para los que fue tarea importante medir el tiempo que debían dedicar a su Dios.
GNOMÓNICA CASTELLI. (La Gnomónica del castillo)
Desde que el hombre tuvo conciencia del tiempo, y de su relación con la muerte, lo estudió. Y muy pronto comprendió que la periodicidad de los movimientos solares y lunares era una buena forma para medirlo. Tal vez no lo supieron entonces, pero la medida del tiempo fue el primer paso del hombre hacia la ciencia empírica, es decir, el primer paso para escapar de la superstición. Hace tres mil quinientos años, en tiempos de Tutmosis III, los egipcios ya usaron la sombra de obeliscos para marcar el inicio de las estaciones agrícolas y también construyeron relojes solares. Pero fueron los griegos los que, observando las sombras de un gnomon (bastón en griego) sobre el suelo, desarrollaron una ciencia, la Gnomónica, que llegó a ser capaz de calcular la circunferencia de la Tierra (Eratóstenes, 259 a.n.e)
El carácter práctico de los romanos difundió las técnicas para la fabricación de relojes de sol por todo el imperio, pero la edad oscura que sobrevino con su caída hizo que se olvidara la ciencia para su fabricación. Como ya se ha indicado, a partir del siglo VII los monjes benedictinos contribuyeron a recuperar el conocimiento y a difundirlo por toda la Edad Media y Moderna. Sin embargo, entre los siglos VIII al XIV, fue el mundo islámico, libre de las cortapisas dogmáticas del occidente cristiano, el que desarrolló profundamente las matemáticas y la astronomía. Y, paralelamente, también impulsados por el deseo de marcar correctamente sus rezos periódicos a Alá, nos aportaron una estimable Gnomónica. La máxima difusión de los relojes de sol ocurrió en occidente en los siglos XV y XVI.
No es infrecuente encontrar varios relojes solares en una misma edificación. Pero eso suele ocurrir cuando las orientaciones son tales que los cuadrantes se complementan entre sí para medir todas las horas diurnas. Sin embargo, en el viejo ribat, la existencia de tres relojes en un mismo torreón es una redundancia que nos habla de un lugar notable. El trabajo de orientar a Este y Oeste los resaltes fue un ejercicio técnico muy preciso y, posteriormente, el trazado de los tres relojes solares fue una tarea que escasas personas eran capaces de calcular y realizar, generalmente clérigos que aprendían Gnomónica en conventos, y que, en su inmensa mayoría, han permanecido en el anonimato. Más tarde, en el XVIII, siglo de la razón, el conocimiento desbordó los conventos y aparecieron los maestros cuadranteros, capaces de calcular las señales horarias para cualquier orientación y latitud.
Poco más podemos añadir. Lo que el desconocido clérigo (tal vez maestro cuadrantero) nos ha dejado en el ribat isleño es una extraña singularidad que, me atrevo a asegurar, desconocen los estudiosos de la Gnomónica y que los rastreadores de viejos cuadrantes solares aún no han encontrado. Hoy día cada reloj solar que ha logrado sobrevivir a los tiempos es una auténtica rareza cultural e histórica que ilumina las fachadas de iglesias, castillos y monasterios. Los tres relojes del Castillo de San Romualdo son un privilegio que nos obliga a recuperarlos y conservarlos para otras generaciones. Estas joyas del pasado isleño pueden y deben reconstruirse al mismo tiempo que todo el Castillo... fue la voluntad de unos hombres que vivieron en esta Isla antes que nosotros.
La orden benedictina, fundada por Benito de Nursia hacia 529, fue el referente de todo el desarrollo posterior del monaquismo. Diseñó una disciplinada vida monacal firmemente marcada por las horas canónicas del día: los tiempos de Dios. Nada dejó al azar, estructuró cualquier aspecto vital de manera que el monje simplemente debía obedecer y cumplir con rigor las reglas de su Orden. Era obligado escuchar, meditar y leer, pero difícilmente se podía interpretar lo aprendido. No era preciso pensar. Cada impulso humano era reprimido, excepto aquel que servía directamente a la comunidad. Es un ejemplo más de los muchos intentos de uniformar personalidades, anular el sentido crítico y destruir voluntades. Intentos que hoy día seguimos viendo en las modernas técnicas de ventas, en todas las captaciones sectarias e incluso en el afán idiotizador de las televisiones.
Con la regla benedictina, por primera vez el trabajo se consideró una actividad digna y honorable. Los monasterios se convirtieron en eficientes granjas, en centros de evangelización y en los únicos refugios para los restos de la cultura clásica. En tiempo de Cuaresma los monjes recibían de la biblioteca un libro “que deberán leer ordenada e íntegramente” (capítulo XLVIII-15 de la Regla de San Benito). Gracias a eso la Iglesia de Roma atesoró para sí y filtró los escasos conocimientos que sobrevivieron a la caída del Imperio Romano. Y, además, como depositaria y única interprete del mensaje divino, impregnó la política terrenal, estuvo omnipresente en cualquier aspecto de la vida y manipuló todos los comportamientos. Es decir, ejerció un inmenso y asfixiante poder. Tanto es así que las costumbres eclesiásticas llegaron a imponer sus propias referencias temporales al resto de la población. Esto dio al traste con la clásica forma de dividir el año en función de las estaciones, ciclos agrícolas y demás ritos culturales. En su lugar, el año se dividió en cuatro periodos: de Pascuas a Pentecostés, de Pentecostés a septiembre, de este a Cuaresma, y de aquí hasta Pascuas.
El día tenía 24 horas (los egipcios ya lo habían establecido así). Amanecía a las VI, primera hora que marcaban los relojes de sol; se alcanzaba el mediodía a las XII y el ocaso ocurría a las XVIII. En la Alta Edad Media se dividió el día en cuatro cuadrantes de seis horas cada uno, y el paso de un cuadrante a otro se anunciaba con tañidos de campanas colocadas en las iglesias. Pero fue la vida monacal la que marcó una organización diaria del tiempo. Desde los conventos, monasterios e iglesias se fue imponiendo al resto de la población un día dividido en oficios, es decir, dividido por las campanadas que marcaban los momentos para orar a Dios: “spatia ad Deum tradendum”:
Maitines: Media noche
Laudes: Las tres de la madrugada.
Hora Prima: Las VI. El amanecer, orto solar.
Hora Tercia: Las IX. Tiempo medio entre Prima y meridies.
Hora Sexta o Meridies: Las XII. Mediodía.
Hora Nona: Las XV.
Hora Vesperalis, Vísperas: Las XVIII. El ocaso.
Hora completorium, Completas: Cuando cae la noche.
Esas campanadas, que en principio indicaban los momentos para rezar en los monasterios, con el tiempo fueron referencias para los pobladores del entorno y señalaron el comienzo y fin de la jornada, las horas de las comidas y los momentos de descanso, es decir, el discurrir de lo cotidiano. El ritmo vital se fue ajustando a los momentos monacales que dictaban los relojes de sol, único método fiable para hacerlo (las clepsidras y velas de tiempo eran poco precisos). Por tanto, se hizo necesario recuperar los conocimientos que permitieran construirlos correctamente. Técnica y ciencia que habían desarrollado admirablemente los antiguos griegos y que el espíritu práctico de los romanos concretó y difundió ampliamente a lo largo de sus posesiones. Posteriormente, con la caída del imperio y las invasiones bárbaras, se olvidó en occidente.
Fueron precisamente los monjes benedictinos, a partir del siglo VII, los más interesados en recuperar ese antiguo conocimiento y conseguir una exhaustiva medida del tiempo. De lo anterior concluimos que las paredes de los monasterios, conventos e iglesias fueran las primeras en poblarse de relojes de sol que marcaran fielmente los momentos para los rezos a Dios. Y el Castillo de San Romualdo, como edificio representativo del poder político y espiritual de la Isla de León, también se utilizó para estos menesteres.
De hecho, algunos estudiosos de este castillo (BOUZA, 1996-I:XII) defienden la hipótesis de su uso y ocupación por la Orden Religiosa de Santa María de España, creada por el rey Alfonso X en el año 1272. Entre otros objetivos, el rey encargó a esta Orden la defensa marítima frente a los musulmanes del norte de África, y la supervisón de la colonización comarcal de la bahía de Cádiz. Políticas que se organizaron desde Santa María del Puerto, Alcalá de los Gazules, Medina Sidonia y Algeciras. La situación geográfica del ribat isleño no sería extraña a estos cuatro centros. En este hipotético caso, el castillo vendría a continuar sus tradicionales funciones de ribat islámico, sólo que ahora ocupado por monjes-guerreros cristianos para los que fue tarea importante medir el tiempo que debían dedicar a su Dios.
GNOMÓNICA CASTELLI. (La Gnomónica del castillo)
Desde que el hombre tuvo conciencia del tiempo, y de su relación con la muerte, lo estudió. Y muy pronto comprendió que la periodicidad de los movimientos solares y lunares era una buena forma para medirlo. Tal vez no lo supieron entonces, pero la medida del tiempo fue el primer paso del hombre hacia la ciencia empírica, es decir, el primer paso para escapar de la superstición. Hace tres mil quinientos años, en tiempos de Tutmosis III, los egipcios ya usaron la sombra de obeliscos para marcar el inicio de las estaciones agrícolas y también construyeron relojes solares. Pero fueron los griegos los que, observando las sombras de un gnomon (bastón en griego) sobre el suelo, desarrollaron una ciencia, la Gnomónica, que llegó a ser capaz de calcular la circunferencia de la Tierra (Eratóstenes, 259 a.n.e)
El carácter práctico de los romanos difundió las técnicas para la fabricación de relojes de sol por todo el imperio, pero la edad oscura que sobrevino con su caída hizo que se olvidara la ciencia para su fabricación. Como ya se ha indicado, a partir del siglo VII los monjes benedictinos contribuyeron a recuperar el conocimiento y a difundirlo por toda la Edad Media y Moderna. Sin embargo, entre los siglos VIII al XIV, fue el mundo islámico, libre de las cortapisas dogmáticas del occidente cristiano, el que desarrolló profundamente las matemáticas y la astronomía. Y, paralelamente, también impulsados por el deseo de marcar correctamente sus rezos periódicos a Alá, nos aportaron una estimable Gnomónica. La máxima difusión de los relojes de sol ocurrió en occidente en los siglos XV y XVI.
No es infrecuente encontrar varios relojes solares en una misma edificación. Pero eso suele ocurrir cuando las orientaciones son tales que los cuadrantes se complementan entre sí para medir todas las horas diurnas. Sin embargo, en el viejo ribat, la existencia de tres relojes en un mismo torreón es una redundancia que nos habla de un lugar notable. El trabajo de orientar a Este y Oeste los resaltes fue un ejercicio técnico muy preciso y, posteriormente, el trazado de los tres relojes solares fue una tarea que escasas personas eran capaces de calcular y realizar, generalmente clérigos que aprendían Gnomónica en conventos, y que, en su inmensa mayoría, han permanecido en el anonimato. Más tarde, en el XVIII, siglo de la razón, el conocimiento desbordó los conventos y aparecieron los maestros cuadranteros, capaces de calcular las señales horarias para cualquier orientación y latitud.
Poco más podemos añadir. Lo que el desconocido clérigo (tal vez maestro cuadrantero) nos ha dejado en el ribat isleño es una extraña singularidad que, me atrevo a asegurar, desconocen los estudiosos de la Gnomónica y que los rastreadores de viejos cuadrantes solares aún no han encontrado. Hoy día cada reloj solar que ha logrado sobrevivir a los tiempos es una auténtica rareza cultural e histórica que ilumina las fachadas de iglesias, castillos y monasterios. Los tres relojes del Castillo de San Romualdo son un privilegio que nos obliga a recuperarlos y conservarlos para otras generaciones. Estas joyas del pasado isleño pueden y deben reconstruirse al mismo tiempo que todo el Castillo... fue la voluntad de unos hombres que vivieron en esta Isla antes que nosotros.
LIBRI / Los libros
Alcaraz Mira, Enrique. “RELOJES DE SOL PARA CASAS DE CAMPO y JARDINES”. Ministerio de Agricultura. Madrid, 1953.
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http://www.h-debate.com/cbarros/spanish/frontera_castellano.htm
Boorstin, Daniel J. Capítulo II “Del tiempo del Sol al tiempo de Reloj” de “LOS DESCUBRIDORES”. Ed. Crítica.
Bouza Cuesta, Antonio. “CASTILLO DE SAN ROMUALDO”. En Cuadernos de Divulgación Ciudadana nº 4 y 5. San Fernando, 1996.
Clavijo y Clavijo, Salvador. “LA CIUDAD DE SAN FERNANDO. HISTORIA Y ESPÍRITU”. Cádiz, 1960.
Concepción, Fray Jerónimo de la. “CADIZ ILUSTRADA. EL EMPORIO DEL ORBE”. Amsterdan, 1690.
Cristelly, Joaquín. “LIGEROS APUNTES HISTÓRICOS Y COLECCIÓN DE CITAS, DOCUMENTOS Y DATOS ESTADÍSTICOS DE LA CIUDAD DE SAN FERNANDO, DESDE LOS TIEMPOS MÁS REMOTOS HASTA 1823”. San Fernando, 1891.
Fierro Cubiella, Juan A. “EL CASTILLO DEL ‘LUGAR DE LA PUENTE’ EN SAN FERNANDO CÁDIZ”. Cádiz, 1991.
Fierro Cubiella, Juan A. “HISTORIA DE LA CIUDAD DE CÁDIZ”. Cádiz, 1993.
Franco Silva, Alfonso. “LA ISLA DE LEÓN EN LA BAJA EDAD MEDIA”. Cádiz, 1995.
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Pastoureau, M. “LA VIDA COTIDIANA DE LOS CABALLEROS DE LA TABLA REDONDA”. Temas de Hoy. Madrid, 1994.
Raya Roman, José María. “LOS CUADRANTES SOLARES EN LA ARQUITECTURA”. Consejería de Obras Públicas y Transportes. Sevilla, 1989.
Roiz, Pedro. “LIBRO DE RELOGES SOLARES”. Valencia, 1575. (Librerías París-Valencia, 1997)
Salazar, Tote. “RESPUESTA AL PESTIÑAZO”. San Fernando, 2002. Inédito.
Segura, Cristina. “LA FORMACIÓN DEL PUEBLO ANDALUZ. Los repartimientos medievales”. Madrid, 1983.
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