Este artículo se publicó en La Voz del Sur
León tiene seis años y ya va diciendo por ahí que los agujeros de gusano te llevan a un mundo paralelo y que el tiempo es relativo. No sabe qué está diciendo, por supuesto, pero repite esas cosas y tarde o temprano acabará entendiendo que hay minutos eternos y que hay días tan agradables que pasan en un minuto. La percepción del tiempo es así de caprichosa y con los años León comprenderá realmente que, como dice ahora, el tiempo es relativo. Y, a partir de esa convicción (sobre lo relativo de las cosas), tal vez comprenda que nadie ─ni políticos, ni curas, ni pensadores─ debe inculcarle NINGUNA VERDAD ABSOLUTA sin que él mismo la filtre a través de su propia percepción crítica. Porque esas supuestas verdades absolutas ─aceptadas sin un pensamiento crítico─ es un asunto altamente peligroso por lo que tienen de ciegas y excluyentes, y porque son siempre el germen de una intolerancia activa. Racionalmente no debemos aceptar verdades absolutas por lo que tienen de excluyentes e intolerantes, y mucho menos las enunciadas por líderes carismáticos o por los ministros de los propios dioses, porque no son más que sus opiniones… algunas puede que respetables, incluso.
Pero no solo la percepción del tiempo es relativa. A León le tocará vivir un mundo con valores relativos y cambiantes porque los que parecían estar sólidamente aceptados, asentados y consensuados entre todos, esos valores que pensábamos estaban firmemente incrustados en la esencia del hombre civilizado, están siendo disueltos por las nuevas propuestas autoritarias, neofascistas, intolerantes e irrespetuosas que se alzan en el siglo XXI. VOX y Abascal en España, Agrupación Nacional y Marine Le Pen en Francia, Liga Norte y Salvini en Italia, Fidesz y Orban en Hungría, Rusia Unida y Putin, Partido Republicano y Trump en USA, Partido Liberal y Bolsonaro en Brasil, etcétera.
Los autoritarios y neofascistas utilizan las democracias para, a partir de ellas (y con el voto de mayorías cada vez más amplias), iniciar una deriva evidente hacia regímenes tiránicos. Ya lo hicieron así en el siglo XX y hoy vemos esa peligrosa deriva en numerosos países (Hungría, Polonia, Filipinas, El Salvador, Brasil, Rusia, Italia, Francia, España, Estados Unidos, etc.). Y no estoy pensando en cuestiones metafísicas, hablo de que los autoritarios y neofascistas conculcan valores tan básicos, evidentes y simples como que todos los seres humanos nacemos libres e iguales, con independencia de cualquier origen social, geográfico o religioso. Los autoritarios y neofascistas cuestionan que todos tengamos los mismos derechos y deberes, ya seamos hombres, mujeres o cualquiera de las variantes de género que consideremos. Hablo de que estos actores políticos que violentan los Derechos Humanos ─esas intenciones definidas por las Naciones Unidas como un estándar común a ser alcanzado por todos los pueblos y naciones─ …derechos que, en beneficio de la humanidad, tenemos que elevar a la categoría de rasero moral y universal de los hombres y mujeres del planeta. Un mínimo y común código moral. Valores universalmente aceptados y de obligado cumplimiento para todos… valores que ahora son cuestionados por esos movimientos sociales y políticos filo fascistas que vuelven a sus casposos postulados de intolerancia. Postulados y crímenes que el mundo condenó en Nüremberg pero que siguieron vivos y jaleados en la España de Franco y en la España de la Transición hasta llegar al siglo XXI camuflados en nuestra democracia. Postulados propios del pitecántropus… mi tribu, mis costumbres, mis tradiciones, mi lengua, mi hembra, mi pan, mi agua, mi caza, mi frontera, mi religión, mi enemigo y mi interés por encima de todos… eso es el fascismo del siglo XXI. Pura obsolescencia traída al presente apelando a lo simple y primario, a lo más atávico del ser humano. El neofascismo es una llamada al cerebro de reptil que llevamos dentro.
Como dice León, el tiempo es relativo pero la democracia también… puede haber votos de por medio (los hay hasta en Rusia con Putin y en Estados Unidos con Trump), pero eso no es suficiente para validar un sistema. Jamás se pueden votar (y cuestionar, por tanto) ideologías que ponen en tela de juicio los derechos humanos como valores universales, sólidamente aceptados, asentados y consensuados. Esas ideologías fagocitan la democracia destruyendo valores que son un ABSOLUTO integrado en la convivencia de los hombres civilizados. Propiciar el neofascismo con nuestro voto, por muy cabreados que estemos con el gobierno de turno, es tan ridículo y autodestructivo como el soldado que deja de comer para que se joda el sargento-cocina.